El Primer Imperio Mexicano (1821-23)
“La ruptura del Pacto Colonial significó para América Latina
la desaparición de las grandes unidades administrativas creadas por el Imperio
Español en América y el surgimiento de poderes regionales en pugna entre sí. La
base del poder a lo largo de Hispanoamérica se desplazó hacia el mundo rural y
se encarnó en la hegemonía de los hacendados que disponían de ejércitos de peones militarizados.
Con pocas excepciones, en los treinta años siguientes a la
caída del poder español en América, las unidades políticas fueron de alcance
regional, inestables y con un aparato político institucional sumamente
rudimentario.
A mediados del siglo XIX los cambios que se estaban
produciendo en el sistema económico mundial repercutieron en Ibero América. El
mayor interés de los países centrales por las exportaciones de los países
agrícolas, ganaderas o extractivas y la instalación de inversiones europeas,
obligaron a avanzar hacia la creación de Estados territoriales más extensos,
con un sistema político y legal que sirviera de marco para el intercambio entre
las elites económicas nativas y el mercado mundial. De esta manera, los viejos
Estados caudillistas serían substituidos por modernos Estados Nacionales a lo
largo de procesos complejos y conflictivos
que en algunos casos durarían décadas.”(1)
EL CASO MEXICANO:
“Si algo distingue a la experiencia mexicana del resto de
Hispanoamérica fue el temor que despertó en los grupos dirigentes la
participación de una base social peligrosa, integrada por indios y ‘castas’, en
el intento independentista promovido por Hidalgo en 1810. Finalmente, ese
movimiento popular fue derrotado y la independencia de 1821 fue una iniciativa
política de carácter francamente reaccionario, promovida por los grupos de
mayor peso económico y político.
Después de la declaración de su independencia el país fue
agitado por constantes enfrentamientos, en lo que los choques de conservadores
y liberales impidieron la estabilización, constituyendo a los caudillos
militares en árbitros de sus permanentes conflictos. Como en el resto de las
antiguas colonias españolas, durante estos años se dio en México ‘una trágica
división y especialización del trabajo’: mientras los legisladores hacían leyes
abstractas los militares llevaban a cabo golpes de Estado.
Frecuentes cambios de gobierno, efímeros ensayos
constitucionales, algunas reformas liberales fracasadas, conformaron un cuadro
que recién se modificó a partir de 1867, cuando los liberales lograron establecer
un dominio estable. Las fuerzas centrífugas que la independencia puso en marcha
alentaron algunas intervenciones extranjeras (española, francesa y
norteamericana), que además de las pérdidas materiales y humanas endeudaron
considerablemente al país y recortaron su territorio.”(1)
LAS ETERNAS LUCHAS INTERNAS DE MÉXICO:
“El primer intento reformista fue emprendido por Valentín
Gómez Farías; el ideólogo de esos cambios fue José María Mora (1794-1850), un
clérigo liberal que fue su principal consejero durante los meses que estuvo en
ejercicio de la presidencia (entre abril de 1833 y mayo de 1834). Mora propició
la secularización de los bienes eclesiásticos, la extinción del diezmo y el
desarrollo de un sistema educativo controlado por las autoridades públicas; con
estas ideas, este sacerdote –doctor en teología, apóstata y masón- fue un
precursor de la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma de 1859. También se
manifestó contra la intolerancia religiosa y por la estricta separación de la
religión y la política; además reclamó la supresión de los fueros eclesiásticos
y militares y el establecimiento de la igualdad individual.
En el trabajo en el que expuso sus ideas, Mora se extiende
sobre el origen, la distribución y el empleo de los bienes eclesiásticos, para
concluir que éstos deben quedar sujetos a la autoridad temporal. A través de
herencias dispuestas por los fieles, diezmos que gravaban la agricultura y
derechos parroquiales o de estola exigidos por los clérigos a cambio de sus
servicios, la Iglesia mexicana había concentrado una enormes riqueza en fincas
urbanas y propiedades territoriales en gran medida improductivas y pésimamente
administradas; las rentas que proporcionaban estas propiedades estaban
desigualmente distribuidas entre la jerarquía eclesiástica, que llevaba una
vida opulenta, y los simples curas, de existencia miserable. Esta acumulación
de bienes, que por otra parte crecía constantemente, conspiraba contra lo que
Mora consideraba como la base del progreso social: la formación de una extensa
capa de pequeños propietarios rurales. El intento reformista de Gómez Farías
fue frustrado por una rápida intervención del presidente López de Santa Anna
que se encontraba refugiado en una de sus haciendas, el que dejó sin efecto las
medidas; Mora, por su parte, partió hacia el exilio en París de donde no
regresaría.
México no sólo sufrió la independencia de Texas. Yucatán y Río Grande fueron dos de las provincias que intentaron independizarse en el siglo XIX.
En 1847 se realizó otro intento desamortizador, igualmente
frustrado. En algunos aspectos las circunstancias eran similares a 1833: el
presidente electo era López de Santa Anna y Gómez Farías se encontraba a cargo
del ejecutivo por ausencia de su titular, que comandaba el ejército que
enfrentaba a los invasores norteamericanos. La presencia de tropas extranjeras,
los ingentes gastos de guerra, las enormes deudas y la escasez de ingresos
fiscales llevaron al vicepresidente a solicitar al Congreso autorización para
proporcionarse hasta quince millones de pesos a través de hipotecas o venta de
bienes de mano muerta, para continuar la guerra. Previamente el gobierno había
realizado algunos intentos de conseguir los recursos por medio de la Iglesia.
Desde el punto de vista económico los resultados fueron nulos, ya que no entró
un solo peso al erario nacional; el intento originó una sublevación, la rápida
intervención de Santa Anna y la supresión de la vicepresidencia, ya que Gómez
Farías se negó a renunciar. La desamortización de los bienes eclesiásticos,
además de otro ‘bienes de manos muertas’ pertenecientes a los ayuntamientos y a
las comunidades indígenas, recién tendrá éxito a partir de 1857 con el triunfo
de los liberales.
El tramo final de la lucha entre liberales y conservadores
se inició en 1854 con la revolución que expulsó del poder a José Antonio López
de Santa Anna, caudillo ideológicamente inconsecuente que durante el cuarto de siglo
anterior dirimió los conflictos internos convocando alternativamente a uno y
otro bando. El triunfo de los liberales se concretó en la Constitución de 1857,
que afectó los intereses del Ejército y la Iglesia y originó la reacción
clerical-conservadora; el resultado fue una guerra civil que duró tres años y
la posterior intervención de los franceses, auspiciada por sectores
conservadores, que dio lugar a una guerra de liberación nacional que se
prolongó hasta 1867. Tras la derrota de Maximiliano de Austria se consolidó la
hegemonía liberal durante las presidencias de Benito Juárez y Sebastián Lerdo
de Tejada, la que se prolongó con un marcado tono oligárquico durante el
régimen de Porfirio Díaz, desde 1876 a 1910.
Maximiliano de Habsburgo, Emperador de México
Con las LEYES DE REFORMA –aprobadas por Juárez en medio de
la guerra civil que sostenía con los conservadores apoyados por el clero- el
liberalismo mexicano profundizó las medidas secularizadoras contenidas en la
Constitución de 1857.
En el curso de pocos meses se aprobaron varias leyes que modificaron sustancialmente las relaciones con la Iglesia y produjeron la ruptura con Roma:
En el curso de pocos meses se aprobaron varias leyes que modificaron sustancialmente las relaciones con la Iglesia y produjeron la ruptura con Roma:
*El 12 de julio de 1859 se ordenó la NACIONALIZACIÓN DE LOS
BIENES DEL CLERO Y LA SEPARACIÓN DEL ESTADO MEXICANO DE LA IGLESIA CATÓLICA; el
23 se ESTABLECIÓ EL MATRIMONIO CIVIL;
*cinco días después se creó el REGISTRO CIVIL; tres días más
tarde se SECULARIZARON LOS CEMENTERIOS;
*el 3 de agosto se mandó retirar la legación de México
acreditada ante la Santa Sede y se ordenó la salida de monseñor Clementi,
delegado papal en el país;
*el 4 de diciembre de 1860 se decretó la LIBERTAD DE CULTO.
Bandera del Segundo Imperio Mexicano
Ya victorioso e instalado en Ciudad de México, Juárez NACIONALIZÓ LOS HOSPITALES Y OBRAS DE
BENEFICENCIA (1861) y promulgó la EXTINCIÓN DE LAS COMUNIDADES RELIGIOSAS
(1863). En sus enfrentamientos con la Iglesia Juárez estimuló el
establecimiento de una iglesia mexicana, propiciando un cisma; al mismo tiempo,
los gobiernos liberales propiciaron la difusión del protestantismo como manera
de erosionar la influencia católica entre la población.
Benito Juárez, el líder federal que derrotó a los franceses y al Segundo Imperio
Esta última política fue la que se afirmó a partir de la
presidencia de Lerdo de Tejada; el proyecto cismático cobró nuevo impulso a
mediados de la década de 1920, cuando el gobierno mexicano afrontó un nuevo
pico de enfrentamiento con los católicos.
CONTRA LOS PRIVILEGIOS CORPORATIVOS:
Desde la colonia, la acumulación de tierras en pocas manos
fue una de las características dominantes de la economía hispanoamericana. La
Iglesia figuraba entre los más grandes propietarios y el problema de los ‘bienes
de manos muertas’ es una de las claves de sus conflictos con los gobiernos de
inspiración liberal, especialmente en aquellos países donde la propiedad
eclesiástica era cuantiosa; también poseía fincas urbanas, cuyo arrendamiento
le proporcionaba rentas que destinaba en parte al sostenimiento de las obras benéficas y educativas que
estaban a su cargo. Las acciones desamortizadoras formaron parte de las
reformas borbónicas y tuvieron el propósito de terminar con una acumulación
improductiva, poniendo a disposición de pequeños propietarios tierras para su
explotación. El propósito de favorecer la pequeña propiedad campesina también
estuvo presente en Hidalgo y Morelos y fue anunciado posteriormente por los
ideólogos liberales, asociada en algunos casos a la intención de favorecer la
colonización y radicación de extranjeros. En los países con densa población aborigen el
individualismo liberal orientó el despojo de comunidades indígenas y la venta
de las tierras ejidales; en nombre de las libertades individuales los liberales
embistieron contra el régimen tradicional de propiedad indígena, con el doble
propósito de que ingresaran en el mercado las tierras y la mano de obra
requerida para el desarrollo de una agricultura comercial. En general, el
resultado fue la acumulación de más tierras en manos de antiguos terratenientes
y de una burguesía rica, indiferente a las excomuniones que fulminaban los
clérigos en estos casos. La disconformidad resultante –sumada a la tradicional
influencia religiosa sobre los indígenas- favoreció en algunos casos la
movilización aborigen bajo el influjo religioso para resistir las medidas
liberales.
Las manos muertas eran la acumulación de bienes por la
Iglesia o por las comunidades indígenas, que por su propia naturaleza impedían
legalmente que una vez ingresadas en la masa patrimonial de dichas
corporaciones los mismos pudieran ser vendidos o hipotecados, salvo casos
excepcionales, es decir, salían del comercio, por lo que se decía que pasaban a
‘mano muerta’, o se AMORTIZABAN. Durante los tres siglos de la Colonia se había
producido la amortización de una gran cantidad de bienes raíces en manos de los
ayuntamientos y de la Iglesia, a los que había que agregarle las tierras de las
comunidades indígenas.
La desamortización de los bienes eclesiásticos por parte de
los gobiernos liberales de Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada cabalgaba
entre lo económico y lo político-ideológico: se trataba, por una parte, de
volver una gran masa patrimonial al comercio, destruyendo a la vez la base
material sobre la que se asentaba el enorme poder eclesiástico.
La Ley Lerdo de 1856 disponía que todas las fincas rústicas
urbanas se adjudicaron a sus arrendatarios por el valor de su renta anual
calculada; en caso de que no se pagara arrendamiento, se debía calcular su
monto a través de peritos designados por las partes (y de un tercero, en caso
de discrepancia) a fin de determinar el precio de la finca. Las fincas no
arrendadas, o aquellas cuyos arrendatarios renunciaran a su derecho de
adquirirlas, podían ser vendidas voluntariamente con autorización gubernamental
o salían a remate. Los bienes de las comunidades indígenas que no estuvieran
arrendados tenían que repartirse entre los miembros de la comunidad.
La desamortización de los bienes de las comunidades civiles
y eclesiásticas originó enormes problemas. Se afectaba a sectores muy
poderosos, que resistieron la pérdida de innumerables bienes; las leyes sólo
les permitían conservar aquéllos indispensables para el cumplimiento de su
objetivo social, que en el caso de la Iglesia fueron –en primera instancia- los
edificios de conventos, palacios episcopales, colegios, hospitales, hospicios,
casas de beneficencia y las destinadas al alojamiento del clero secular. En el
caso de México, donde existía una Iglesia sumamente rica y muy influyente, la
desamortización originó tremendas resistencias y desembocó en una guerra civil.
Para preservar su propiedad el clero se valió de ocultamientos, fraudes y
transferencias ilegales a testaferros; en algunos Estados, las propias
autoridades favorecieron estas maniobras. Durante la Guerra de los Tres Años o
Guerra de Reforma, entre 1858 y 1861, los clérigos apoyaron a los conservadores
en su intento de anular la aplicación del programa liberal. La resistencia no
hizo más que exacerbar a los liberales, que aprobaron medidas todavía más
radicales que las que hemos mencionada más arriba. En su desesperación, los conservadores
y la Iglesia de México apoyaron la ocupación francesa y la instalación del
Imperio de Maximiliano de Habsburgo que, curiosamente para ellos, mantuvo las
medidas respecto a la desamortización y nacionalización de los bienes del
clero.”(1)
EFECTOS DE LAS REFORMAS:
“El rendimiento económico que obtuvo el Estado Mexicano de
la desamortización fue modesto y el proyecto de fomentar la pequeña propiedad
rural no se concretó. En la mayoría de los casos los inquilinos no adquirieron
las fincas desamortizadas, las que fueron a parar a manos más poderosas. Los
ocultamientos y simulaciones fueron muchos y frecuentemente el clero siguió
siendo dueño de bienes aparentemente transferidos, cubriendo fraudulentamente
las formas legales. Tampoco faltaron los chascos para la Iglesia por parte de
algunos testaferros aprovechados.
Los efectos políticos fueron más importantes y perdurables:
los clérigos perdieron el control del registro civil, de la educación y de la
beneficencia y las autoridades quitaron todo apoyo oficial a las autoridades
religiosas. La reforma liberal quedó consolidada con el decreto del 25 de
septiembre de 1873 por el cual el presidente Lerdo de Tejada incorporó a la
Constitución de 1857 las Leyes de Reforma dictadas después de 1857: a través de
cinco artículos se dispuso la independencia del Estado respecto de la Iglesia;
la secularización del matrimonio y demás actos del estado civil de las
personas; la prohibición de que cualquier institución religiosa adquiriese
bienes raíces o capitales impuestos sobre los mismos, con excepción de los que
de destinaran inmediata y directamente al objeto de dichas corporaciones; la
prohibición de las órdenes monásticas y el cambio del juramento por la promesa.”
(1)
NOTAS:
(1): RECALDE Y OTROS: “Historia Argentina y Latinoamericana
I”, Aula Taller, 2005, pags.156 a 161.
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