El actual territorio argentino era, en los siglos XVIII y
XIX, una extensión enorme y de muy escasa población. No se llegó al millón de
habitantes hasta la segunda mitad del siglo XIX. O sea que por entonces todo el
país tenía la tercera parte de la población que hoy tiene CABA, o la mitad de
la que hoy tiene La Matanza. Los caminos eran pocos y malos. Los ríos
navegables siempre fueron pocos, y se concentran en el Este del país. Los puertos eran escasos y muy malos, y de
hecho la ciudad de Buenos Aires, donde se encontraba la aduana por la que debía
pasar el comercio exterior, fue fundada junto a un río, el Río de la Plata,
enorme pero de escasa profundidad, por lo que la carga y descarga se hacía con
carretones que ingresaban al río y se acercaban a los barcos.
Los barcos que
intentaban llegar hasta la ciudad solían encallar, como le pasó durante las
invasiones inglesas de 1806-07 a un navío británico que fue tomado por una
carga de caballería gaucha cuando estaba inmovilizado en el barro del fondo del
río.
El Río de la Plata. La zona oscura en marrón y en azul es profunda, es el cauce central del río.
La zona de color blanco amarillento tiene muy poca profundidad. A veces incluso, en algunas áreas, se hace pie.
El país era una enorme extensión casi despoblada con un
puñado de centros urbanos de unos pocos miles de habitantes: a fines del siglo
XVIII la ciudad de Buenos Aires tenía menos de 50.000 habitantes, mientras que
Tucumán andaba por los 5.000
La agricultura sólo tenía sentido en las zonas que rodeaban
esos pequeños núcleos urbanos. Para cultivar más lejos no había ni mano de obra ni transportes para
llevar a los poblados esa eventual producción.
En la zona pampeana, la actividad principal fue durante
mucho tiempo la ganadería, y de hecho había probablemente más caballos, vacas y
ovejas que seres humanos. La utilidad de ese ganado era también limitada, ya
que no había forma de conservar la carne, al no haberse inventado las heladeras
o los freezers.
El tasajo son tiras de carne vacuna secadas con sal
En las vaquerías del siglo XVIII, expediciones en las que un
grupo de gauchos se adentraba en las pampas para matar vacas, se aprovechaba
sobre todo el cuero. La mayor parte de la carne quedaba en el campo como festín
de los caranchos y otros animales carroñeros.
Recién a comienzos del siglo XIX aparecen los saladeros,
establecimientos “industriales” que salaban la carne permitiendo su
conservación sin frío. La carne salada fue consumida en estas tierras, pero fue
un producto de exportación limitado, pues no era demasiado aceptada
en los mercados europeos, aunque encontró mercados en diversos países de América
Latina.
En torno a 1830-40 comienza a aparecer una explotación
ganadera nueva, al aumentar la demanda europea de lana. En las pampas argentinas
se desarrolla entonces la cría de la oveja, tras mejorar la calidad de las
ovejas locales mediante cruzamientos con ovejas europeas, y esto permite
disponer de un nuevo producto exportable.
Este panorama se mantuvo durante mucho tiempo. Recién en
1875-76 comienza Argentina a exportar trigo y carne congelada. Hasta ese
momento la lana y el cuero seguían siendo los principales productos de
exportación.
EN TIEMPOS DE ROSAS: LA LEY DE ADUANA
Una de las medidas más interesantes de Rosas en referencia a
la economía fue la Ley de Aduanas de 1835. Las críticas reiteradas del interior
–en especial del Litoral- contra el libre comercio usufructuado por Buenos
Aires, movió a Rosas a promulgar la ley de aduana el 18 de diciembre de 1835.
La medida constituyó un aporte para el desarrollo de la producción
del interior, deteniendo la ruina de las industrias artesanales regionales. La
ley establecía el cobro de fuertes derechos a la introducción de mercaderías
que pudieran significar una competencia para la producción local.
Además, la ley regulaba la entrada de determinados
productos, pudiendo prohibir la introducción de algunos de ellos, como sucedió
con los herrajes, frenos, espuelas, maíz, porotos, etcétera de acuerdo con las
necesidades del mercado interno.
EL PROBLEMA DE LA ADUANA Y SUS RECURSOS
Los gobiernos necesitan dinero para funcionar, y ese dinero
lo obtienen cobrando impuestos. La inmensa mayoría del dinero que se recaudaba
en el siglo XIX tenía un único origen: los tributos que pagaban en la aduana de
Buenos Aires los que exportaban o importaban. Por esa aduana pasaban los
productores de todo el país, y también las importaciones que se dirigían a todo
el país.
Pero el dinero se manejaba localmente. Hasta la segunda
mitad del siglo XIX, la aduana era controlada por el gobierno de Buenos Aires.
El que tenía la aduana tenía el dinero. Las provincias del interior reclamaban
la nacionalización de esa aduana, lo cual no se logra hasta la instalación de
un gobierno central fuerte en el último tercio del siglo XIX.
LA ECONOMÍA ROSISTA: LOS PRIVILEGIOS DE LA CIUDAD-PUERTO
Política y económicamente considerados, los federales eran
representantes del sector ganadero y en menor medida del agrícola. En general
la dirigencia federal estaba integrada por ricos terratenientes y estancieros.
Sin embargo, los federales no sólo se conectaban con su propio grupo social,
también se hallaban ligados a los sectores socialmente bajos tanto del ámbito
rural como del urbano, constituyéndose en depositarios de sus inquietudes
sociales y políticas.
El programa político de los federales apuntaba a defender
las autonomías provinciales. Si embargo, no lograron constituir un partido
federal nacional: se oponían a ello los agudos y a veces antagónicos intereses
y particularismos regionales.
Los federales porteños (rosistas) se oponían a la
nacionalización de la aduana pues de concretarse, la ciudad-puerto perdería su
posición de privilegio con respecto al resto de las provincias argentinas. En
este sentido es lícito hablar de la “dictadura del puerto de Buenos Aires” que
convertía a la ciudad porteña en cabeza económica y financiera del resto de las
provincias, ejerciendo un fuerte poder hegemónico.
El programa económico de los federales porteños pasaba por
la expansión de la ganadería y la agricultura. Sostenía que en el desarrollo de
las actividades rurales residía la riqueza del país más que en el comercio como
sostenían los unitarios.
LA CRECIENTE PROSPERIDAD DE L0S COMERCIANTES INGLESES
Los británicos residentes en Buenos Aires constituían una
comunidad cuyo prestigio, influencia y prosperidad fue en aumento. En sus manos
se centraba el manejo de las exportaciones y el control de los precios ya que
estaban en condiciones de nivelar la oferta con el consumo, con lo cual podían
mantener los precios a niveles constantes sin las naturales fluctuaciones de la
oferta y la demanda. Por otra parte, la crónica escasez de moneda (no olvidemos
la desmonetización de la economía por la pérdida del Alto Perú y sus minas del
Potosí) hizo que éstos comerciantes extranjeros pudieran dominar la entrada de
moneda con lo cual acentuaban el control
de los mercados locales. Inglaterra se veía favorecida por el Tratado de
Amistad y Comercio firmado con las autoridades argentinas en 1825, les daba un
trato preferencial a los comerciantes de ese país en todas las transacciones
que realizaban.
Hasta 1850, los productos más comprados por los comerciantes
ingleses eran el cuero, la lana y la carne salada. También comenzaron a
invertir en tierras, pero hasta la fecha mencionada, esas inversiones no fueron
significativas.
EL SALADERO, UNA INDUSTRIA EN EXPANSIÓN
A partir de la consolidación del régimen rosista las
actividades rurales se expandieron. La ganadería prosperaba por la demanda de
cueros, sebo y tasajo (carne salada con la que se alimentaba a los negros
esclavos del Brasil y el Caribe). La de los saladeros fue la actividad que
evidenció mayor crecimiento.
Los primeros saladeros fueron instalados por los comerciantes
ingleses en la época de la Revolución de Mayo. Hacia 1815, la firma “Rosas,
Terrero y Cia.” abrió un saladero en “Las Higueritas”, partido de Quilmes. Las
buenas utilidades obtenidas permitieron la apertura de otros establecimientos
en las vecindades.
Un saladero necesita puertos, sal, peones y tierras. El
puerto principal usado para la exportación de tasajo era el de la Ensenada. En
cuanto a la sal, se organizaron expediciones a las salinas “rionegrinas”, para
lo cual era forzoso remontar el Río Negro.
El gaucho, imprescindible para las tareas ganaderas,
desdeñaba el trabajo fijo y en condiciones no demasiado atractivas que le
proponían la estancia y los saladeros. La necesidad de mano de obra hizo que
los propietarios presionaran a las autoridades para dictar una legislación
compulsiva. En efecto, en 1815 se expidió un Bando –una especie de decreto- que
calificaba de “vagos” y “malentretenidos” (delincuentes) a quienes no pudieran
acreditar que eran propietarios o no demostraran tener un trabajo fijo. A
partir de entonces, el trabajador rural estaba obligado a llevar una “papeleta”
visada por su patrón y por el juez de paz.
Como vemos, al gaucho le quedaban pocas alternativas:
conchabarse –es decir emplearse-, o llevar una vida de proscripto.
Otra técnica que se usa para secar la carne es colgarla al sol.
Así se hace el charqui en el norte argentino
CONSIGNAS:
1- ¿Qué dificultades planteaba la economía de la actual argentina en los siglo XVIII y XIX?
2- ¿Qué eran las vaquerías?
3- ¿Qué posibilidades nuevas abrieron los saladeros?
4- ¿Qué otras producciones se explotaban?
5- ¿Qué conflictos se generaron en torno al puerto y la aduana?
6- ¿Cuál era la situación de los habitantes del campo?
1- ¿Qué dificultades planteaba la economía de la actual argentina en los siglo XVIII y XIX?
2- ¿Qué eran las vaquerías?
3- ¿Qué posibilidades nuevas abrieron los saladeros?
4- ¿Qué otras producciones se explotaban?
5- ¿Qué conflictos se generaron en torno al puerto y la aduana?
6- ¿Cuál era la situación de los habitantes del campo?
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