domingo, 10 de julio de 2016

SUFRAGIO UNIVERSAL, por Isaac Asimov

ISAAC ASIMOV-SUFRAGIO UNIVERSAL


Linda, que tenía diez años, era el único miembro de la familia que parecía disfrutar al
levantarse.
Norman Muller podía oírla ahora a través de su propio coma drogado y malsano.
Finalmente había logrado dormirse una hora antes, pero con un sueño más semejante al
agotamiento que al verdadero sueño.
La pequeña estaba ahora al lado de su cama, sacudiéndole.
¡Papaíto! ¡Papaíto, despierta! ¡Despierta!
Está bien, Linda dijo.
¡Pero papaíto, hay más policías por ahí que nunca! ¡Con coches y todo!
Norman Muller cedió. Se incorporó con la vista nublada, ayudándose con los codos.
Nacía el día. Fuera, el amanecer se abría paso desganadamente, como germen de un
miserable gris..., tan miserablemente gris como él se sentía. Oyó la voz de Sarah, su
mujer, que se ajetreaba en la cocina preparando el desayuno. Su suegro, Matthew,
carraspeaba con estrépito en el cuarto de baño. Sin duda, el agente Handley estaba listo y
esperándole.
Había llegado el día.
¡El día de las elecciones!
Para empezar, había sido un año igual a cualquier otro. Acaso un poco peor, puesto
que se trataba de un año presidencial, pero no peor en definitiva que otros años
presidenciales.
Los políticos hablaban del electorado y del vasto cerebro electrónico que tenían a su
servicio. La prensa analizaba la situación mediante computadoras industriales (el New
York Times y el Post-Dispatch de San Luis poseían cada uno el suyo propio) y aparecían
repletos de pequeños indicios sobre lo que iban a ser los días venideros. Comentadores y
articulistas ponían de relieve la situación crucial, en feliz contradicción mutua.
La primera sospecha indicando que las cosas no ocurrirían como en años anteriores se
puso de manifiesto cuando Sarah Muller dijo a su marido en la noche del 4 de octubre (un
mes antes del día de las elecciones):
Cantwell Johnson afirma que Indiana será decisivo este año. Y ya es el cuarto en
decirlo. Piénsalo, esta vez se trata de nuestro estado.
Matthew Hortenweiler asomó su mofletudo rostro por detrás del periódico que estaba
leyendo, posó una dura mirada en su hija y gruñó:
A esos tipos les pagan por decir mentiras. No les escuches.
Pero ya son cuatro, padre insistió Sarah con mansedumbre. Y todos dicen que
Indiana.
Indiana es un estado clave, Matthew apoyó Norman, tan mansamente como su
mujer, a causa del Acta Hawkins-Smith y todo ese embrollo de Indianápolis. Es...
El arrugado rostro de Matthew se contrajo de manera alarmante. Carraspeó:
Nadie habla de Bloomington o del condado de Monroe, ¿no es eso?
Pues... empezó Norman.
Linda, cuya cara de puntiaguda barbilla había estado girando de uno a otro
interlocutor, le interrumpió vivamente:
¿Vas a votar este año, papi?
Norman sonrió con afabilidad y respondió:
No creo, cariño.
Mas ello acontecía en la creciente excitación del mes de octubre de un año de
elecciones presidenciales, y Sarah había llevado una vida tranquila, animada por sueños
respecto a sus familiares. Dijo con anhelante vehemencia:
¿No sería magnífico?
¿Que yo votase?
Norman Muller lucía un pequeño bigote rubio, que le había prestado un aire elegante a
los juveniles ojos de Sarah, pero que, al ir encaneciendo poco a poco, había derivado en
una simple falta de distinción. Su frente estaba surcada por líneas profundas, nacidas de
la inseguridad, y en general su alma de empleado nunca se había sentido seducida por el
pensamiento de haber nacido grande o de alcanzar la grandeza en ninguna circunstancia.
Tenía mujer, un trabajo y una hija. Y excepto en momentos extraordinarios de júbilo o
depresión, se inclinaba a considerar su situación como un adecuado pacto concertado con
la vida.
Así pues, se sentía un tanto embarazado y bastante intranquilo ante la dirección que
tomaban los pensamientos de su mujer.
Realmente, querida dijo, hay doscientos millones de seres en el país, y en
lances como éste creo que no deberíamos desperdiciar nuestro tiempo haciendo cábalas
sobre el particular.
Mira, Norman respondió su mujer, no son doscientos millones, lo sabes muy
bien. En primer lugar, sólo son elegibles los varones entre los veinte y los sesenta años,
por lo cual la probabilidad se reduce a uno por cincuenta millones. Por otra parte, si
realmente es Indiana...
Entonces será poco más o menos de uno por millón y cuarto. No apostarías a un
caballo de carreras contra esa ventaja, ¿no es así? Anda, vamos a cenar.
Matthew murmuró tras su periódico:
¡Malditas estupideces!
Linda volvió a preguntar:
¿Vas a votar este año, papi?
Norman meneó la cabeza y todos se dirigieron al comedor.
Hacia el 20 de octubre, la excitación de Sarah había aumentado considerablemente. A
la hora del café, anunció que la señora Schultz, que tenía un primo secretario de un
miembro de la asamblea, le había contado que «todo el papel» estaba por Indiana.
Dijo que el presidente Viliers pronunciaría incluso un discurso en Indianápolis.
Norman Muller, que había soportado un día de mucho trajín en el almacén, descartó
las palabras de su mujer con un fruncimiento de cejas.
Si Villiers pronuncia un discurso en Indiana dijo Matthew Hortenweiler,
crónicamente insatisfecho de Washington, eso significa que piensa que Multivac
conquistará Arizona. El cabeza de bellota ése no tendría redaños para ir más allá.
Sarah, que ignoraba a su padre siempre que le resultaba decentemente posible, se
lamentó:
No sé por qué no anuncian el estado tan pronto como pueden, y luego el condado,
etcétera. De esa manera, la gente que fuese quedando eliminada descansaría tranquila.
Si hicieran algo por el estilo opinó Norman, los políticos seguirían como
buitres los anuncios. Y cuando la cosa se redujera a un municipio, habría un congresista o
dos en cada esquina.
Matthew entornó los ojos y se frotó con rabia su cabello ralo y gris.
Son buitres de todos modos. Escuchen...
Vamos, padre... murmuró Sarah.
La voz de Matthew se alzó sin tropiezos sobre su protesta:
Miren, yo andaba por allí cuando entronizaron a Multivac. Él terminaría con los
partidismos políticos, dijeron. No más dinero electoral despilfarrado en las campañas. No
habría otro don nadie introducido a presión y a bombo y platillo de publicidad en el Congreso
o la Casa Blanca. ¿Y qué sucede? Pues que hay más campaña que nunca, sólo que
ahora la hacen en secreto. Envían tipos a Indiana a causa del Acta Hawkins-Smith y otros
a California para el caso que la situación de Joe Hammer se convierta en crucial. Lo que
yo digo es que se deben eliminar todas esas insensateces. ¡Hay que volver al bueno y
viejo...!
Linda preguntó de súbito:
¿No quieres que papi vote este año, abuelito?
Matthew miró a la chiquilla.
No lo entenderías. Se volvió a Norman y Sarah. En un tiempo, yo voté
también. Me dirigía sin rodeos a la urna, depositaba mi papeleta y votaba. Nada más que
eso. Me limitaba a decirme: ese tipo es mi hombre y voto por él. Así debería ser.
Linda dijo, llena de excitación:
¿Votaste, abuelo? ¿Lo hiciste de verdad?
Sarah se inclinó hacia ella con presteza, tratando de paliar lo que muy bien podía
convertirse en una historia incongruente, trascendiendo al vecindario.
No es eso, Linda. El abuelito no quiso decir realmente votar. Todo el mundo hacía
esa especie de votación cuando tu abuelo era niño, y también él, pero no se trataba
realmente de votar.
Matthew rugió:
No sucedió cuando era niño. Tenía ya veintidós años, y voté por Langley. Fue una
auténtica votación. Quizá mi voto no contase mucho, pero era tan bueno como el de
cualquiera. Como el de cualquiera recalcó. Y sin ningún Multivac para...
Norman intervino entonces:
Está bien, Linda, ya es hora de acostarte. Y deja de hacer preguntas sobre las
votaciones. Cuando seas mayorcita, lo comprenderás todo.
La besó con antiséptica amabilidad, y ella se puso en marcha, renuente, bajo la tutela
materna, con la promesa de ver el visor desde la cama hasta las nueve y cuarto, si se
prestaba primero al ritual del baño.
Abuelito dijo Linda.
Y se quedó ante él con la mandíbula caída y las manos a la espalda, hasta que el
periódico del viejo se apartó y asomaron las espesas cejas y unos ojos anidados entre
finas arrugas. Era el viernes 31 de octubre.
¿Sí?
Linda se aproximó y posó ambos antebrazos sobre una de las rodillas del viejo, de
manera que éste tuvo que dejar a un lado el periódico.
Abuelito volvió a la carga la pequeña, ¿de verdad que votaste alguna vez?
Ya me oíste decir que sí, ¿no es cierto? ¿No irás a creer que cuento bolas?
Nooo... Pero mamá dice que todo el mundo votaba entonces.
Pues claro que lo hacían.
¿Cómo podían hacerlo? ¿Cómo podía votar todo el mundo?
Matthew miró gravemente a su nieta y luego la alzó, sentándola sobre sus rodillas. Por
último, moderando el tono de su voz, dijo:
Mira, Linda, hasta hace unos cuarenta años, todo el mundo votaba. Pongamos que
deseábamos decidir quién debía ser el nuevo presidente de los Estados Unidos...
Demócratas y republicanos nombraban a su respectivo candidato, y cada uno decía cuál
de los dos quería. Una vez pasado el día de las elecciones, se hacía el recuento de votos
de las personas que deseaban al candidato demócrata y las que deseaban al republicano.
Y el que había recibido más votos se llevaba la palma. ¿Lo ves?
Linda asintió.
¿Cómo sabía la gente por quién votar? preguntó. ¿Se lo decía Multivac?
Las cejas de Matthew se fruncieron, y adoptó un aspecto severo.
Se basaban tan sólo en su propio criterio, pequeña.
La niña se apartó un tanto del viejo, y éste volvió a bajar la voz:
No estoy enojado contigo, Linda. Pero mira, a veces llevaba toda la noche contar...,
sí, hacer el recuento de lo que opinaban unos y otros, a quién habían votado. Todo el
mundo se impacientaba. Por ello se inventaron máquinas especiales, capaces de comparar
los primeros votos con los de los mismos lugares en años anteriores. De esta manera, la
máquina preveía cómo se presentaba la votación en su conjunto y quién sería elegido.
¿Lo entiendes?
Como Multivac asintió ella.
Las primeras computadoras eran mucho más pequeñas que Multivac. Pero las
máquinas fueron aumentando de tamaño y, al mismo tiempo, iban siendo capaces de
indicar cómo iría la elección a partir de menos y menos votos. Por fin, construyeron
Multivac, que puede preverlo a partir de un solo votante.
Linda sonrió al llegar a la parte familiar de la historia y exclamó:
¡Qué bonito!
Matthew frunció de nuevo el entrecejo.
No, no tiene nada de bonito. No quiero que una máquina decida lo que yo hubiera
votado sólo porque un chistoso de Milwaukee dice que está en contra que se suban las
tarifas. A mí tal vez me hubiese dado por votar a ciegas sólo por gusto. O quizá me hubiese
negado a votar en absoluto. Y tal vez...
Pero Linda se había escurrido de sus rodillas y se batía en retirada.
En la puerta tropezó con su madre, quien llevaba aún puesto el abrigo. Ni siquiera
había tenido tiempo de quitarse el sombrero.
Apártate un poco, Linda ordenó, jadeante aún. No me cierres el paso.
Al ver a Matthew, dijo, mientras se quitaba el sombrero y se alisaba el pelo:
Vengo de casa de Agatha.
Matthew miró a su hija con aire desaprobador y, desdeñando la información, se limitó
a gruñir y recoger el periódico.
Sarah se desabrochó el abrigo y continuó:
¿A que no sabes lo que me ha dicho?
Matthew alisó el periódico con un crujido, para proseguir la lectura interrumpida por
su nieta.
Ni lo sé ni me importa.
¡Vamos, padre...!
Pero Sarah no tenía tiempo para enfadarse. Necesitaba comunicar a alguien las
noticias, y Matthew era el único receptor a mano a quien confiarlas.
Joe, el marido de Agatha, es policía, ya sabes, y dice que anoche llegó a
Bloomington todo un cargamento de agentes de la secreta.
No creo que anden tras de mí.
¿Es que no te das cuenta, padre? Agentes de la secreta... Y casi ha llegado el
momento de las elecciones. ¡En Bloomington!
Quizá anden en busca de algún ladrón de bancos.
No ha habido un robo en ningún banco de la ciudad desde hace muchos años...
¡Padre, eres imposible!
Y Sarah abandonó la habitación.
Tampoco Norman Muller recibió las noticias con mayor excitación, al menos
perceptible.
Bueno, Sarah, ¿y cómo sabía Joe, el marido de Agatha, que se trataba de agentes de
la secreta? preguntó con calma. No creo que anduviesen por ahí con los carnets
pegados en la frente.
Pero a la tarde siguiente, cuando ya noviembre tenía un día, Sarah anunció
triunfalmente:
Todo Bloomington espera que sea alguien de la localidad el votante. Así lo publica
el News, y también lo dijeron por la radio.
Norman se agitó desasosegado. No podía negarlo, y su corazón desfallecía. Si
Bloomington iba a ser alcanzado por el rayo de Multivac, ello supondría periodistas,
espectaculares transmisiones por vídeo, turistas y toda clase de..., de perturbaciones.
Norman apreciaba la tranquila rutina de su vida, y la distante y alborotada agitación de
los políticos se estaba aproximando de un modo que resultaba incómodo.
Un simple rumor rechazó. Nada más.
Pues espera y verás. No tienes más que esperar.
Según se desarrollaron las cosas, el compás de espera fue extraordinariamente corto.
El timbre de la puerta, sonó con insistencia. Cuando Norman Muller la abrió, se vio
frente a un hombre de elevada estatura y rostro grave.
¿Qué desea? preguntó Norman.
¿Es usted Norman Muller?
Sí.
Su voz sonó singularmente opaca. No resultaba difícil averiguar, por el porte del
desconocido, que representaba a la autoridad. Y la naturaleza de su súbita visita era tan
manifiesta como inimaginable le pareciese hasta unos momentos antes.
El hombre mostró su documentación, penetró en la casa, cerró la puerta tras de sí y
dijo con acento oficial:
Señor Norman Muller, en nombre del presidente de los Estados Unidos, tengo el
honor de informarle que ha sido usted elegido para representar al electorado
norteamericano el día martes 4 de noviembre del año 2008.
Con gran dificultad, Norman Muller logró caminar sin ayuda hasta su butaca, en la
cual se sentó con el rostro pálido y casi sin sentido, mientras Sarah traía agua, le frotaba
asustada las manos y le cuchicheaba apretando los dientes:
No vayas a desmayarte ahora, Norman. Elegirán a otro...
Cuando por fin logró recuperar el uso de la palabra, Norman murmuró a su vez:
Lo siento, señor.
¡Bah! No tiene importancia le tranquilizó el visitante. Todo rastro de formalidad
oficial parecía haberse desvanecido tras la notificación, dejando sólo un hombre abierto y
más bien amistoso. Es la sexta vez que me corresponde comunicarlo al interesado y he
visto toda clase de reacciones. Ninguna de ellas se ajustó a la que vieron en el vídeo.
Saben a lo que me refiero, ¿verdad? Un aire de consagración y entrega y un personaje
que dice: «Será para mí un gran privilegio servir a mi país...» Toda esa serie de cosas...
El agente rió para alentarles. La risa con que Sarah le acompañó tuvo un acento de
aguda histeria. El agente prosiguió:
Permaneceré con ustedes durante algún tiempo. Mi nombre es Phil Handley. Les
agradeceré que me llamen Phil. Señor Muller, no podrá abandonar la casa hasta el día de
las elecciones. Usted, señora, informará al almacén que su marido está enfermo. Puede
salir a hacer la compra, pero deberá despacharla con la mayor brevedad posible. Y desde
luego, guardará una absoluta reserva sobre el particular. ¿De acuerdo, señora Muller?
Sí, señor. Ni una palabra confirmó Sarah, con un vigoroso asentimiento de
cabeza.
Perfecto, señora Muller. Handley adoptó un tono muy grave al añadir: Tenga
en cuenta que esto no es un juego. Por lo tanto, salga sólo en caso que le sea
absolutamente preciso y, cuando lo haga, la seguirán. Lo siento, pero estamos obligados a
actuar así.
¿Seguirme?
Nadie lo advertirá... No se preocupe. Y será sólo durante un par de días, hasta que
se haga el anuncio formal a la nación. En cuanto a su hija...
Está en la cama se apresuró a decir Sarah.
Bien. Se le dirá que soy un pariente o amigo de la familia. Si descubre la verdad,
deberá permanecer encerrada en casa. Y en todo caso, su padre será mejor que no salga.
No le gustará nada dudó Sarah.
No queda más remedio. Y ahora, puesto que nadie más vive con ustedes...
Al parecer, está muy bien informado sobre nosotros murmuró Norman.
Bastante convino Handley. De todos modos, éstas son por el momento mis
instrucciones. Intentaré, por mi parte, cooperar en la medida de lo posible y no causarles
molestias. El gobierno pagará mi mantenimiento, así que no supondré ningún gasto para
ustedes. Cada noche, seré relevado por alguien que se instalará en esta habitación. No
habrá problemas de acomodo para dormir. Y ahora, señor Muller...
¿Sí, señor?
Llámeme Phil repitió el agente. Estos dos días preliminares antes del anuncio
formal servirán para que se acostumbre a ver su posición. Preferimos que se enfrente a
Multivac en un estado mental lo más normal posible. Descanse tranquilo e intente
tomarse todo esto como si se tratase de su trabajo diario. ¿De acuerdo?
De acuerdo respondió Norman. De pronto, denegó violentamente con la
cabeza. ¡Pero yo no deseo esa responsabilidad! ¿Por qué yo?
Muy bien, vayamos al grano. Multivac sopesa toda clase de factores conocidos,
billones de ellos. Pero existe un factor desconocido, y creo que seguirá siéndolo por
mucho tiempo. Dicho factor es el módulo de reacción de la mente humana. Todos los
norteamericanos están sometidos a la presión moldeadora de lo que los otros
norteamericanos hacen y dicen, de las cosas que a él se le hacen y de las que él hace a los
demás. Cualquier norteamericano puede ser llevado ante Multivac para determinar la
tendencia de todas las demás mentes del país. En un momento dado, algunos
norteamericanos resultan mejores que otros a tal fin. Eso depende de los acontecimientos
del año. Multivac le seleccionó a usted como al más representativo del actual. No el más
despejado, ni el más fuerte, ni el más dichoso, sino el más representativo. Y no vamos a
dudar de Multivac, ¿no es así?
¿Y no podría equivocarse? preguntó Norman.
Sarah, que escuchaba impaciente, le interrumpió:
No le haga caso, señor. Está nervioso... En realidad, es muy instruido y ha seguido
siempre las cuestiones políticas de cerca.
Multivac toma las decisiones, señora Muller respondió Handley. Y él eligió a
su esposo.
¿Pero seguro que lo sabe todo? insistió Norman tercamente. ¿No podría haber
cometido un error?
Pues sí. No hay motivo para no ser franco. En 1993, el votante seleccionado murió
de un ataque dos horas antes del instante fijado para notificarle su elección. Multivac no
predijo aquello. Le era imposible. Un votante puede ser mentalmente inestable,
moralmente improcedente, incluso desleal. Multivac no puede conocerlo todo sobre
todos, si no se le proporcionan los datos. Por eso, siempre se seleccionan algunos
candidatos más. No creo que tengamos que recurrir a ninguno de ellos en esta ocasión.
Usted está en buen estado de salud, señor Muller, y ha sido investigado a fondo. Sirve.
Norman ocultó el rostro entre las manos y se quedó inmóvil.
Mañana por la mañana se encontrará perfectamente bien intervino Sarah. Tiene
que acostumbrarse a la idea, eso es todo.
Desde luego asintió Handley.
En la intimidad del dormitorio, Sarah Muller se expresó de distinta y más enérgica
manera. El estribillo de su perorata era el siguiente:
Compórtate como es debido, Norman. Parece como si intentaras lanzar por la borda
la suerte de tu vida.
Norman musitó desesperado:
Me atemoriza, Sarah. Todo este asunto...
¿Y por qué, santo Dios? ¿Qué otra cosa debes hacer más que responder a una o dos
preguntas?
Demasiada responsabilidad. Me abruma.
¿Qué responsabilidad? No existe ninguna. Multivac te seleccionó, ¿no? Pues a él le
corresponde la responsabilidad. Todo el mundo lo sabe.
Norman se incorporó, quedando sentado en la cama, en súbito arranque de rebeldía y
angustia.
Se supone que todo el mundo lo sabe. Pero no lo saben. Ellos...
Baja la voz siseó Sarah en tono glacial. Van a oírte hasta en la ciudad.
No me oirán replicó Norman, pero bajó en efecto la voz hasta convertirla en un
cuchicheo. Cuando se habla de la Administración Ridgely de 1988, ¿dice alguien que
ganó con promesas fantásticas y demagogia racista? ¡Qué va! Se habla del «maldito voto
MacComber», como si Humphrey MacComber fuese el único responsable por las
respuestas que dio a Multivac. Yo mismo he caído en eso... En cambio, ahora pienso que
el pobre tipo no era sino un pequeño granjero que nunca pidió que le eligieran. ¿Por qué
echarle la culpa? Y ya ves, ahora su nombre está maldito...
Te portas como un niño le reprochó Sarah.
No, me porto como una persona sensible. Te lo digo, Sarah, no aceptaré. No pueden
obligarme a votar contra mi voluntad. Diré que estoy enfermo. Diré....
Pero Sarah ya tenía bastante.
Ahora, escúchame masculló con fría cólera. No eres tú el único afectado. Ya
sabes lo que supone ser el Votante del Año. Y de un año presidencial para colmo.
Significa publicidad, y fama, y posiblemente montones de dinero...
Y luego volver a la oficina.
No volverás. Y si vuelves, te nombrarán jefe de departamento por lo menos...,
siempre que tengas un poco de seso. Y lo tendrás, porque yo te diré lo que debes hacer.
Si juegas bien las cartas, controlarás esa clase de publicidad y obligarás a los Almacenes
Kennell a un contrato en firme, a una cláusula concediéndote un salario progresivo y a
que te aseguren una pensión decente.
Pero ése no es exactamente el objetivo de un votante, Sarah.
Pues será el tuyo. Si no te crees obligado a hacer nada ni por ti ni por mí, y conste
que no pido nada para mí, piensa en Linda. Se lo debes.
Norman exhaló un gemido.
Bien, ¿estás de acuerdo? le atosigó Sarah.
Sí, querida murmuró Norman.
El 3 de noviembre se publicó el anuncio oficial. A partir de entonces, Norman no se
encontraba ya en situación de retirarse, aun en el caso de reunir el valor necesario para
intentarlo.
Sellaron su casa, y agentes del servicio secreto hicieron su aparición en el exterior,
bloqueando todo acceso.
Al principio, sonó sin cesar el teléfono, pero fue Phillip Handley quien respondió a
todas las llamadas, con una amable sonrisa de excusa. Al fin, la central pasó todas las
llamadas al puesto de policía.
Norman pensó que de ese modo se ahorraba no sólo las alborozadas (y envidiosas)
felicitaciones de los amigos, sino también la pesada insistencia de los vendedores que
husmeaban una perspectiva y la artera afabilidad de los políticos de toda la nación...
Quizás hasta las amenazas de muerte de los inevitables descontentos.
Se prohibió que entrasen periódicos en la casa, a fin de mantenerle al margen de
cualquier presión, y se desconectó amable pero firmemente la televisión, a pesar de las
indignadas protestas de Linda.
Matthew gruñía y se metía en su habitación; Linda, pasada la primera racha de
excitación, hacía pucheros y lloriqueaba porque no le permitían salir de casa; Sarah
dividía su tiempo entre la preparación de las comidas para el presente y el
establecimiento de planes para el futuro, en tanto que la depresión de Norman seguía
alimentándose a sí misma.
Y la mañana del martes 4 de noviembre del año 2008 llegó por fin. Era el día de las
elecciones.
El desayuno se sirvió temprano, pero sólo comió Norman Muller, y aun él de manera
mecánica. Ni la ducha ni el afeitado lograron devolverle a la realidad, ni desvanecer su
convicción de estar tan sucio por fuera como sucio se sentía por dentro.
La voz amistosa de Handley hizo cuanto pudo para infundir cierta normalidad en el
gris y hosco amanecer. La predicción meteorológica había señalado un día nuboso, con
perspectivas de lluvia antes del mediodía.
Mantendremos la casa aislada hasta el regreso del señor Muller. Después, dejaremos
de estar colgados de su cuello.
El agente del servicio secreto vestía ahora su uniforme completo, incluidas las armas
en sus pistoleras, abundantemente tachonadas de cobre.
No nos ha causado molestia alguna, señor Handley dijo Sarah con bobalicona
sonrisa.
Norman se bebió dos tazas de café bien cargado, se secó los labios con una servilleta,
se levantó y dijo con aire decidido:
Estoy dispuesto...
Handley se levantó a su vez.
Muy bien, señor. Y gracias, señora Muller, por su amable hospitalidad.
El coche blindado atravesó con un ronquido las calles vacías. Siempre lo estaban aquel
día, a aquella hora determinada.
Handley dio una explicación al respecto:
Desvían siempre el tráfico desde el atentado que por poco impide la elección de
Leverett en el 92. Habían puesto bombas.
Cuando el coche se detuvo, Norman fue ayudado a descender por el siempre cortés
Handley. Se encontraba en un pasaje subterráneo, junto a cuyas paredes se alineaban
soldados en posición de firmes.
Le condujeron a una estancia brillantemente iluminada. Tres hombres uniformados de
blanco le saludaron sonrientes.
¡Pero esto es un hospital! exclamó Norman.
No tiene importancia alguna replicó al instante Handley. Se debe sólo a que el
hospital dispone de las comodidades necesarias...
Bien, ¿y qué debo hacer yo?
Handley inclinó la cabeza, y uno de los tres hombres vestidos de blanco se adelantó.
Yo me encargaré de él a partir de ahora, agente.
Handley saludó con desenvoltura y abandonó la habitación.
El hombre de blanco dijo:
¿No quiere sentarse, señor Muller? Yo soy John Paulson, calculador jefe. Le
presento a Samson Levine y Peter Dorogobuzh, mis ayudantes.
Norman estrechó envaradamente las manos de todos. Paulson era hombre de mediana
estatura, con un rostro de perenne sonrisa, y un evidente tupé. Usaba gafas de montura de
plástico, de modelo anticuado. Mientras hablaba, encendió un cigarrillo. Norman rehusó
el que le fue ofrecido.
En primer lugar, señor Muller dijo Paulson, deseo que sepa que no tenemos
prisa alguna. En caso necesario, permanecerá con nosotros todo el día, para que se
acostumbre al ambiente y descarte la idea que se trata de algo insólito, para que olvide su
aspecto... clínico. Creo que sabe a qué me refiero.
Sí, desde luego contestó Norman. Pero me gustaría que todo hubiese terminado
ya.
Comprendo sus sentimientos. Sin embargo, deseamos exponerle con exactitud el
procedimiento. En primer lugar, Multivac no está aquí.
¿Que no está?
Aun en medio de su abatimiento, había deseado ver a Multivac, del que se decía que
medía más de kilómetro y medio de largo, que tenía una altura equivalente a tres pisos y
que cincuenta técnicos recorrían sin cesar los corredores interiores de su estructura. Una
de las maravillas del mundo.
Paulson sonrió.
En efecto, no es portátil confirmó. De hecho, se encuentra emplazado en un
subterráneo, y pocos son los que conocen el lugar preciso. Muy lógico, ¿verdad?, ya que
supone nuestro supremo recurso natural. Créame, las elecciones no constituyen su única
función.
Norman pensó que el hombre de blanco se mostraba deliberadamente parlanchín, pero
de todos modos se sentía intrigado.
Me gustaría verlo...
No lo dudo. Mas para ello se necesita una orden presidencial, refrendada luego por
el departamento de seguridad. Sin embargo, nos mantenemos en conexión con Multivac
por transmisión de ondas. Cuanto él diga puede ser interpretado aquí, y cuanto nosotros
digamos le será transmitido. Así que, en cierto sentido, nos hallamos en su presencia.
Norman miró a su alrededor. Las máquinas y aparatos que había en la estancia
carecían de significado para él.
Permítame que se lo explique, señor Muller prosiguió Paulson. Multivac posee
ya la mayoría de la información necesaria para decidir todas las elecciones, nacionales,
provinciales y locales. Únicamente necesita comprobar ciertas imponderables actitudes
mentales y, para ello, recurriremos a usted. No podemos predecir qué preguntas
formulará, aunque está en lo posible que no tengan mucho sentido para usted..., ni
siquiera para nosotros en realidad. Tal vez le pregunte qué opina sobre la recogida de
basuras en su ciudad o si considera preferibles los incineradores centrales. O bien, si tiene
usted un médico de cabecera o acude a la seguridad social... ¿Comprende?
Sí, señor.
Pues bien, pregunte lo que pregunte, usted responderá como mejor le plazca. Y si
cree que debe extenderse un poco en su explicación, hágalo. Puede hablar durante una
hora si lo juzga necesario.
Sí, señor.
Una cosa más. Debemos emplear algunos sencillos aparatos que registrarán
automáticamente su presión sanguínea, las pulsaciones, la conductividad de la piel y las
ondas cerebrales mientras habla. La maquinaria le parecerá formidable, pero es
totalmente indolora... Ni siquiera la notará.
Los otros dos técnicos se atareaban ya con relucientes y pulidos aparatos, de ruedas
engrasadas.
¿Desean comprobar si estoy mintiendo o no? preguntó Norman.
De ningún modo, señor Muller. No se trata en absoluto de detección de mentiras,
sino de una simple medida de la intensidad emotiva. Por ejemplo, si la máquina le
pregunta su opinión sobre la escuela de su pequeña, quizá conteste usted: «A mi entender,
está atestada». Mas ésas son sólo palabras. Por la manera en que reaccionen su cerebro,
corazón, hormonas y glándulas sudoríparas, Multivac juzgará con exactitud con qué
intensidad se interesa usted por la cuestión. Descubrirá sus sentimientos, los traducirá
mejor que usted mismo.
Jamás oí cosa igual manifestó Norman.
Estoy seguro que no. La mayoría de los detalles de Multivac son secretos
celosamente guardados. Cuando se marche, se le pedirá que firme un documento jurando
que jamás revelará la naturaleza de las preguntas que se le formularon, como tampoco sus
respuestas, ni lo que se hizo o cómo se hizo. Cuanto menos se conozca a Multivac, menos
oportunidades habrá de presiones exteriores sobre los hombres que trabajan a su servicio
o se sirven de él para su trabajo. Sonrió melancólico. Nuestra vida resulta bastante
dura...
Lo comprendo.
Y ahora, ¿desearía comer o beber algo?
No, gracias. Nada por el momento.
¿Alguna otra pregunta que formular?
Norman meneó la cabeza en gesto negativo.
En ese caso, usted nos dirá cuando se halla dispuesto.
Ya lo estoy.
¿Seguro?
Por completo.
Paulson asintió. Alzó una mano en dirección a sus ayudantes, quienes se adelantaron
con su aterrador instrumental. Muller sintió que su respiración se aceleraba mientras les
veía aproximarse.
La prueba duró casi tres horas, con una breve interrupción para tomar café y una
embarazosa sesión con un orinal. Durante todo ese tiempo, Norman Muller permaneció
encajonado entre la maquinaria. Al final, tenía los huesos molidos.
Pensó sardónicamente que le sería muy fácil mantener su promesa de no revelar nada
de lo que había acontecido. Las preguntas ya se habían reducido a una especie de
vagarosa bruma en su mente.
Había pensado que Multivac hablaría con voz sepulcral y sobrehumana, resonante y
llena de ecos. Ahora concluyó que aquella idea se la había sugerido la excesiva
espectacularidad de la televisión. La verdad le decepcionó en extremo. Las preguntas
aparecían perforadas sobre una cinta metálica, que una segunda máquina convertía en
palabras. Paulson leía a Norman estas palabras, en las que se contenía la pregunta, y
luego dejaba que las leyese por sí mismo.
Las respuestas de Norman se inscribían en una máquina registradora, repitiéndolas
para que las confirmara. Se anotaban entonces las enmiendas y observaciones
suplementarias, todo lo cual se transmitía a Multivac.
La única pregunta que Norman recordaba de momento era una incongruente bagatela:
¿Qué opina usted del precio de los huevos?
Ahora todo había terminado. Los operadores retiraron suavemente los electrodos
conectados a diversas partes de su cuerpo, desligaron la banda pulsadora de su brazo y
apartaron la maquinaria a un lado.
Norman se puso en pie, respiró profundamente, se estremeció y dijo:
¿Ya está todo? ¿Se acabó?
No, no del todo respondió Paulson, sonriendo animoso. Debemos pedirle que
se quede durante otra hora.
¿Y por qué? preguntó Norman con cierta acritud.
Es el tiempo preciso para que Multivac incluya sus nuevos datos entre los trillones
que ya dispone. Sepa usted que existen miles de alternativas, algo sumamente complejo...
Puede suceder que se produzca algún raro debate aquí o allá, que algún interventor en
Phoenix, Arizona, o bien alguna asamblea en Wilkesboro, Carolina del Norte, formulen
alguna duda. En tal caso, Multivac precisará hacerle una o dos preguntas decisivas.
No se negó Norman. No quiero pasar de nuevo por eso.
Probablemente no sucederá trató de tranquilizarle Paulson. Raras veces
ocurre... De todos modos, deberá quedarse por si acaso. Cierto tono acerado, un tenue
matiz, asomó a su voz. No tiene opción, ya lo sabe. Debe quedarse.
Norman se sentó con aire fatigado, encogiéndose de hombros.
No podemos dejarle leer el periódico añadió Paulson, pero si quiere una novela
policíaca, o jugar al ajedrez..., cualquier cosa en fin que esté en nuestra mano
proporcionarle para que se entretenga, dígalo sin reparos.
No deseo nada, gracias. Esperaré.
Paulson y sus ayudantes se retiraron a una pequeña habitación, contigua a la estancia
en que Norman había sido interrogado. Y éste se dejó caer en un butacón tapizado de
plástico, cerrando los ojos.
Tendría que aguardar a que transcurriese aquella hora lo mejor posible.
Bien arrellanado en su asiento, poco a poco fue cediendo su tensión. Su respiración se
hizo menos entrecortada y, al entrelazar las manos, no advirtió ya ningún temblor en sus
dedos.
Tal vez no hubiese ya más preguntas. Tal vez hubiese acabado de modo definitivo.
Y si todo había terminado, ahora vendrían los desfiles de antorchas y las invitaciones
para hablar en toda clase de solemnidades. ¡El Votante del Año!
Él, Norman Muller, un vulgar empleado de un almacén de Bloomington, Indiana, un
hombre que no había nacido grande ni había realizado jamás acto alguno de grandeza, se
hallaría en la extraordinaria situación de impulsar a otro a la grandeza.
Los historiadores hablarían con serenidad de la Elección Muller del año 2008. Ése
sería su nombre, la Elección Muller.
La publicidad, el puesto mejor, el chorro de dinero que tanto interesaba a Sarah,
ocupaban sólo un rincón de su mente. Todo ello sería bienvenido, desde luego. No lo
rechazaría. Pero, por el momento, era otra cosa lo que comenzaba a preocuparle.
Se agitaba en él un latente patriotismo. Al fin y al cabo, representaba a todo el
electorado. Era el punto focal de todos ellos. En su propia persona, y durante aquel día, se
encarnaba todo Estados Unidos...
Se abrió la puerta, despertando su atención y despabilándole por completo. Durante
unos instantes, sintió que se le encogía el estómago. ¡Que no le hicieran más preguntas!
Pero Paulson sonreía.
Hemos terminado, señor Muller.
¿No más preguntas, señor?
No hay ninguna necesidad. Todo ha quedado completamente claro. Será usted
escoltado hasta su casa y volverá a ser un ciudadano particular..., en la medida en que el
público lo permita.
Gracias, muchas gracias. Norman se sonrojó. Me preguntaba... ¿Quién ha sido
elegido?
Paulson meneó la cabeza.
Tendrá que esperar al anuncio oficial. El reglamento se muestra muy severo al
respecto. No podemos decírselo ni siquiera a usted. Supongo que lo comprende...
Desde luego.
Norman parecía embarazado.
El servicio secreto tendrá dispuestos los papeles necesarios para que usted los firme.
Sí.
De pronto, Norman se sintió orgulloso, lleno de energía. Ufano y arrogante. En este
mundo imperfecto, el pueblo soberano de la primera y mayor Democracia Electrónica
había ejercido una vez más, a través de Norman Muller (a través de él), su libre derecho
al sufragio universal.

ASNOS ESTÚPIDOS, por Isaac Asimov

Asnos estúpidos
[Cuento. Texto completo.]
Isaac Asimov
________________________________________
Naron, de la longeva raza rigeliana, era el cuarto de su estirpe que llevaba los anales galácticos. Tenía en su poder el gran libro que contenía la lista de las numerosas razas de todas las galaxias que habían adquirido el don de la inteligencia, y el libro, mucho menor, en el que figuraban las que habían llegado a la madurez y poseían méritos para formar parte de la Federación Galáctica. En el primer libro habían tachado algunos nombres anotados con anterioridad: los de las razas que, por el motivo que fuere, habían fracasado. La mala fortuna, las deficiencias bioquímicas o biofísicas, la falta de adaptación social se cobraban su tributo. Sin embargo, en el libro pequeño nunca se había tenido que tachar ninguno de los nombres anotados.
En aquel momento, Naron, enormemente corpulento e increíblemente anciano, levantó la vista al notar que se acercaba un mensajero.
-Naron -saludó el mensajero-. ¡Gran Señor!
-Bueno, bueno, ¿qué hay? Menos ceremonias.
-Otro grupo de organismos ha llegado a la madurez.
-Estupendo, estupendo. Hoy en día ascienden muy aprisa. Apenas pasa año sin que llegue un grupo nuevo. ¿Quiénes son?
El mensajero dio el número clave de la galaxia y las coordenadas del mundo en cuestión.
-Ah, sí -dijo Naron- lo conozco.
Y con buena letra cursiva anotó el dato en el primer libro, trasladando luego el nombre del planeta al segundo. Utilizaba, como de costumbre, el nombre bajo el cual era conocido el planeta por la fracción más numerosa de sus propios habitantes.
Escribió, pues: La Tierra.
-Estas criaturas nuevas -dijo luego- han establecido un récord. Ningún otro grupo ha pasado tan rápidamente de la inteligencia a la madurez. No será una equivocación, espero.
-De ningún modo, señor -respondió el mensajero.
-Han llegado al conocimiento de la energía termonuclear, ¿no es cierto?
-Sí, señor.
-Bien, ese es el requisito -Naron soltó una risita-. Sus naves sondearán pronto el espacio y se pondrán en contacto con la Federación.
-En realidad, señor -dijo el mensajero con renuencia-, los observadores nos comunican que todavía no han penetrado en el espacio.
Naron se quedó atónito.
-¿Ni poco ni mucho? ¿No tienen siquiera una estación espacial?
-Todavía no, señor.
-Pero si poseen la energía termonuclear, ¿dónde realizan las pruebas y las explosiones?
-En su propio planeta, señor.
Naron se irguió en sus seis metros de estatura y tronó:
-¿En su propio planeta?
-Si, señor.
Con gesto pausado, Naron sacó la pluma y tachó con una raya la última anotación en el libro pequeño. Era un hecho sin precedentes; pero es que Naron era muy sabio y capaz de ver lo inevitable, como nadie, en la galaxia.
-¡Asnos estúpidos! -murmuró.
FIN

HOMO SOL, por Isaac Asimov

HOMO SOL
Isaac Asimov



La sesión siete mil cincuenta y cuatro del Congreso Galáctico estaba reunida en solemne cónclave en la vasta sala semicircular de Eron, segundo planeta de Arturo.
Lentamente, el Delegado Presidente se alzó. Sus amplias facciones arturianas estaban algo ruborizadas por la excitación mientras observaba a los delegados que le rodeaban. Su sentido del drama le hizo esperar unos momentos antes de efectuar el anuncio oficial, pues, después de todo, la entrada de un nuevo sistema planetario a la gran familia galáctica no era un acontecimiento que ocurriera más de dos veces a lo largo de la vida de un hombre.
Un silencio absoluto prevaleció durante la pausa. Los doscientos ochenta y ocho Delegados, uno por cada uno de los doscientos ochenta y ocho mundos, con atmósfera de oxígeno y una química basada en el agua del Sistema, esperaron pacientemente a que empezase a hablar.
Allí había seres con todas las formas y tipos humanoides. Algunos eran altos como postes, algunos eran anchos y achaparrados, otros cortos y rechonchos. Había aquellos de largos y finos cabellos, los que tenían una escasa pelusa gris cubriéndoles el cráneo y el rostro, otros con espesos rizos dorados que se amontonaban, y aún otros completamente calvos. Algunos tenían unas largas orejas en forma de trompeta, cubiertas de vello, otros tenían tímpanos membranosos hundidos en sus sienes. Se encontraban presentes aquellos de ojos grandes como los de las gacelas, con una profunda luminosidad purpúrea, y los otros que tenían diminutos órganos ópticos como cuentas negras. Un Delegado tenía la piel verde, otro ostentaba una proboscis de un palmo, y otro una cola vestigial. En su interior, las variaciones eran infinitas.
Pero todos se asemejaban en dos cosas:
Todos eran Humanoides. Todos poseían el don de la inteligencia.
Entonces retumbó la voz del delegado presidente:
- ¡Delegados! El Sistema de la estrella Sol ha descubierto el secreto de los viajes interestelares y, por este acto, se sitúa en la categoría de elegible para la entrada en la Federación Galáctica.
De los presentes se elevó una tormenta de gritos aprobatorios, y el arturiano alzó una mano pidiendo silencio.
- Tengo aquí - continuó - el informe oficial procedente de Alfa Centauro, en cuyo quinto planeta han aterrizado los Humanoides de Sol. El informe es enteramente satisfactorio, por lo que se revoca la prohibición de efectuar viajes y entrar en comunicación con el Sistema de Sol. Queda abierto así este sistema a las naves de la Federación. En estos momentos se halla ya en preparación una expedición a Sol, bajo el mando de Yoselin Arn de Alfa Centauro, para presentar a ese Sistema una invitación formal para unirse a la Federación.
Hizo una pausa y, de doscientas ochenta y ocho gargantas, surgió el grito estentóreo:
- ¡Salve Homo Sol! ¡Salve Homo Sol! ¡Salve!
Era la tradicional bienvenida de la Federación a los nuevos mundos.

Tan Porus se alzó en toda su estatura de un metro y medio - para ser un Rigeliano se le podía considerar alto -, y sus verdes y penetrantes ojos chispearon indignados.
- Ahí está, Lo-fan. Durante seis meses ese maldito calamar anormal de Beta Draconis IV ha estado desafiándome.
Lo-fan acarició con suavidad su frente con un largo dedo, y una de sus peludas orejas se agitó varias veces. Había viajado ochenta y cinco años luz para reunirse allí, en Arturo II, con el más grande psicólogo de la Federación. Y, más específicamente, para ver a ese extraño molusco cuyas reacciones habían desafiado al gran rigeliano.
Ahora lo estaba viendo: una entumecida masa de blanda carne de un apagado color púrpura, que agitaba su forma tentacular en una plácida despreocupación a lo largo del enorme acuario que lo contenía. Con una serenidad imperturbable, se alimentaba con las partes verdes de un vegetal submarino.
- Parece bastante normal - dijo Lo-fan.
- ¡Ja! - farfulló Tan Porus -. Observa esto.
Corrió la cortina y sumergió la habitación en las sombras. Tan solo una débil luz azul brillaba sobre el tanque, y en la penumbra casi no se podía ver al calamar de Beta Draconis.
- Ahí va el estímulo - gruñó Porus.
La pantalla sobre sus cabezas se iluminó con una suave luz verde, enfocada directamente al acuario. Duró apenas un momento, dejó paso a un rojo mate, y casi de inmediato a un brillante amarillo. Durante medio minuto recorrió espasmódicamente el espectro y entonces, con un destello final de deslumbrante blanco, se oyó un sonido parecido a un tañer de campana.
Mientras los ecos de la nota desaparecían, el cuerpo del calamar fue recorrido por un espasmo. Luego se relajó y se hundió suavemente hasta el fondo del tanque.
Porus descorrió la cortina.
- Está profundamente dormido - refunfuñó -. Nunca nos ha fallado. Todos los especimenes que hemos tenido caen como fulminados en el momento en que suena esa nota.
- Conque dormidos, ¿eh? Es extraño. ¿Tienes los datos exactos del estímulo?
- ¡Claro! Aquí mismo. Las longitudes de onda exactas de las luces necesarias, más el tiempo de duración para cada una de ellas, la frecuencia exacta de la nota producida al final. Todo está ahí listado.
El otro examinó indeciso los datos. Su frente se frunció y sus orejas se alzaron sorprendidas. De un bolsillo interior sacó una regla de cálculo.
- ¿Qué tipo de sistema nervioso tiene el animal?
- Dos-B. Un simple, normal y ordinario Dos-B. He hecho que los biólogos, fisiólogos y ecólogos comprobasen eso hasta la saciedad. Dos-B es el resultado al que llegan. ¡Los muy estúpidos!
Lo-fan no dijo nada, pero calculó cuidadosamente con su regla. Se detuvo y estudió detenidamente el resultado final, alzó los hombros, y tomó uno de los gruesos volúmenes situados en la librería. Pasó varias páginas, tomando números de varios apartados. Usó de nuevo la regla de cálculo.
Finalmente se detuvo.
- No tiene ningún sentido - dijo desamparado.
- ¡Eso ya lo sé! Por seis veces y en seis diferentes formas he tratado de explicarme esa reacción... y cada vez he fallado. Aún cuando logro hallar una explicación para el hecho de que se duerma, no la logro hacer concordar con lo específico del estímulo.
- ¿Es altamente específico? - preguntó Lo-fan con una voz aguda.
- ¡Eso es lo peor de todo! - gritó Tan Porus. Se echó hacia adelante y golpeó al otro en la rodilla -. Si se varía la longitud de onda de cualquiera de las luces en tan solo cincuenta angstroms hacia uno u otro sentido, repito: para cualquiera de las luces, no se duerme. Si se altera la duración de una de las luces en más o en menos dos segundos, no se duerme. Si se cambia la frecuencia del sonido final en un octavo de octava, hacia arriba o hacia abajo, no se duerme. Pero si se consigue la combinación correcta, cae inevitablemente en coma.
Las orejas de Lo-fan era dos trompetas peludas, rígidamente erectas.
- ¡Por la Galaxia! - susurró -. ¿Cómo diste con la combinación?
- No fui yo. Ocurrió en Beta Draconis. Una universidad estaba haciendo pasar a sus alumnos de primer año por un curso de laboratorio, cuyo tema era las reacciones de los moluscoides ante estímulos audiovisuales, tal como había estado haciéndolo durante años. Un estudiante llevó a cabo su serie de combinaciones de luz y sonido, y su maldito espécimen se quedó dormido. Naturalmente, acude a su profesor para obtener una explicación. El profesor lo prueba a su vez con otro calamar, y lo duerme. Alteran la combinación, y no sucede nada. Vuelven a la original, y lo duermen. Cuando hubieron experimentado con ello lo suficiente como para darse cuenta de que no lograban entenderlo, nos lo enviaron a Arturo y me pasaron la papeleta. Ya hace seis meses que no he logrado dormir bien una sola noche.
Sonó una nota musical, y Porus se dio la vuelta, impaciente.
- ¿Qué ocurre?
- Mensajero del Delegado Presidente del Congreso, señor - dijo con sonido metálico el comunicador de su escritorio.
- Hágalo subir.
El mensajero se detuvo tan solo un momento, lo suficiente para entregarle a Porus un impresionante sobre lacrado y decir en tono emocionado:
- Grandes nuevas, señor. El sistema de Sol es ya apto para entrar en la Federación.
- ¿Y qué? - refunfuñó Porus entre dientes cuando el otro hubo partido -. Todos sabíamos que eso iba a ocurrir.
Rasgó el sobre y sacó las hojas de su interior. Las ojeó e hizo una mueca.
- ¡Por Rigel!
- ¿Qué es lo que ocurre? - preguntó Lo-fan.
- Esos políticos siempre me están molestando por las cosas más tontas. Casi se podría creer que no hay ningún otro psicólogo en Eron. ¡Mira! Habíamos estado esperando a que el Sistema de Sol resolviese, cualquiera de estos siglos, el problema del hiperátomo. Al final lo han conseguido, una expedición ha llegado a Alfa Centauro, ¡y los políticos tienen ya con qué jugar! Ahora nosotros tenemos que enviar una expedición para pedirles que se unan a la Federación y, naturalmente, tiene que llevar un psicólogo para que se lo pida en una forma bonita que produzca la reacción correcta. Y esto porque, claro está, nunca hay nadie en el ejército que reciba una adecuada formación psicológica.
Lo-fan asintió con seriedad:
- Lo sé, lo sé. Yo tengo los mismos problemas. No necesitan de la psicología hasta que se meten en líos y tienen que salir corriendo.
- Bueno, lo que sí es seguro es que yo no voy a ir a Sol. Este calamar dormilón es demasiado importante para dejarlo. De cualquier manera, se trata de un trabajo rutinario: es lo de siempre al entrar en contacto con nuevos mundos, una reacción de Tipo A que cualquier recién graduado podría supervisar.
- ¿A quién enviarás?
- No lo sé. Tengo varios ayudantes que pueden llevar a cabo esto con los ojos cerrados. Enviaré a uno de ellos. Hablando de otro tema, ¿nos veremos mañana en la reunión de la facultad?
- Sí, y además me podrás oír. Doy una conferencia sobre los estímulos que se consiguen palpando con un dedo.
- ¡Bien! Yo también he trabajado en eso, así que me interesará oír lo que digas sobre ese tema. Hasta mañana.
Ya solo, Porus se enfrascó de nuevo en el informe oficial sobre el sistema Sol que el mensajero le había entregado. Pasó las hojas lentamente, sin un interés específico y, finalmente, lo dejó con un aburrido suspiro.
- Lor Haridin puede hacerlo - murmuró para sí mismo -. Es un buen chico, y se merece una oportunidad.
Alzó su pequeña figura de la silla y, con el informe bajo el brazo, salió de la oficina trotando a lo largo del interminable corredor. Al detenerse ante una puerta situada en un extremo del mismo, la célula fotoeléctrica registró su presencia y una voz desde el interior le invitó a pasar.
El rigeliano abrió la puerta y metió la cabeza.
- ¿Ocupado, Haridin?
Lor Haridin miró hacia la puerta e inmediatamente se levantó de un salto.
- ¡Claro que no, jefe! No he tenido nada que hacer desde que terminé mi trabajo sobre las reacciones de la ira. ¿Es que tiene algo para mí?
- Lo tengo... si es que te crees capacitado para ello. ¿Has oído hablar del sistema de Sol?
- ¡Claro! Los visionadores no hablan de otra cosa. Ya tienen viajes interestelares, ¿no es así?
- Así es. Una expedición saldrá desde Alfa Centauro para Sol dentro de un mes. Necesitan un psicólogo para los trabajos delicados, y estaba pensando en enviarte a ti.
El joven científico se ruborizó hasta la coronilla de su pelado cráneo.
- ¿De verdad, jefe?
- ¿Por qué no? Claro que depende de si crees que lo puedes hacer.
- Naturalmente que puedo hacerlo - Haridin se irguió en actitud ofendida -. ¡Una reacción Tipo A! No puedo fallar.
- Tendrás que aprender su idioma, ya lo sabes, y administrar el estímulo en su lenguaje. No siempre es una cosa fácil.
Haridin alzó los hombros.
- A pesar de todo no puedo fallar. En un caso como este la traducción tan solo necesita ser efectiva en un setenta y cinco por ciento para lograr un noventa y nueve coma seis por ciento del resultado deseado. Este fue uno de los problemas que tuve que resolver en mi examen final. Por tanto, no podrá eliminarme por esto.
Porus se echó a reír.
- De acuerdo, Haridin. Sé que puedes hacerlo. Recoge todo lo que tengas en la universidad y pide un permiso indefinido. Y si puedes, escribe un informe sobre esos habitantes de Sol. Si es lo suficientemente bueno puedes conseguir un buen puesto gracias a él.
El joven psicólogo frunció el entrecejo.
- Pero jefe, eso es ya demasiado común. Las reacciones humanoides son tan bien conocidas como... como... Uno no puede escribir nada acerca de ellas.
- Si se estudia bien una cosa, siempre se aprende algo nuevo, Haridin. No se conoce nada absolutamente, recuérdalo. Si miras la Página 25 del informe, por ejemplo, hallarás un punto referente al cuidado con el que los habitantes de Sol se armaron antes de abandonar su nave.
El otro buscó la página citada.
- Es algo razonable - dijo -. Una reacción enteramente normal.
- Ciertamente. Pero insistieron en conservar sus armas durante toda su estancia, aún a pesar de ser recibidos y agasajados por seres semejantes a ellos. Esto constituye una notable desviación de la norma. Investígalo, puede ser valioso.
- Como usted diga, jefe. Gracias por la oportunidad que me está dando. Y, dígame... ¿qué tal le va con el calamar?
Porus arrugó la nariz.
- Mi sexto sujeto se cansó de tanta perrería y murió ayer. Es algo francamente molesto.
Y, con esto, se marchó.

Tan Porus de Rigel temblaba bajo los efectos de la ira mientras estrujaba los papeles que tenía en la mano. Al final los rompió en pedazos. De un manotazo, puso en marcha el teletransmisor.
- Póngame inmediatamente con Santins, del departamento de matemáticas - dijo secamente.
Sus ojos verdes lanzaron fuego contra la plácida figura que apareció, casi inmediatamente, en el visionador. Amenazó a la imagen con un puño.
- ¿Cuál es la maldita idea tras ese análisis que acabas de enviarme, asqueroso gusano de Betelgeuse?
Las cejas de la imagen se arquearon en un dejo de sorpresa.
- No me eches a mí las culpas, Porus. Eran tus ecuaciones, no las mías. ¿De dónde las sacaste?
- No te importa de donde las saqué. Eso es asunto del departamento de psicología.
- ¡De acuerdo! Y resolverlas es asunto del departamento de matemáticas. Este es el séptimo grupo de las más enrevesadas ecuaciones que haya visto. El peor de todos. Por lo menos formulaste diecisiete hipótesis sin ningún fundamento. Nos tomó dos semanas el desenredarlas, y finalmente logramos simplificarlas a...
Porus saltó como si lo hubiesen pinchado.
- Ya veo que las habéis simplificado. Acabo de romper las hojas. Tomáis veinte ecuaciones con dieciocho variables independientes, resultado de dos meses de trabajo, y las resolvéis al final, en el mismo final de la última página, con una joya de sabiduría de oráculo: «A es igual a A». Todo ese trabajo, y lo único que obtengo es una igualdad.
- Sigue sin ser culpa mía, Porus. Hiciste una argumentación que se perdió en círculos viciosos, y eso en matemáticas da como resultado una identidad. Contra eso no puedes hacer nada - sus labios esbozaron una leve sonrisa -. De cualquier forma, ¿de qué te quejas? ¿Acaso A no es igual a A?
- ¡Cállate! - El teletransmisor se desconectó, y el psicólogo apretó los labios e hirvió por dentro.
De nuevo, la luz piloto del teletransmisor volvió a encenderse a los pocos momentos.
- ¿Qué es lo que quieres ahora?
Le contestó la voz tranquila e impersonal de la recepcionista:
- Un mensajero del gobierno, señor.
- ¡Al infierno con el gobierno! Dígale que me he muerto.
- Es importante, señor. Lor Haridin ha vuelto de Sol, y quiere verle.
Porus frunció el entrecejo.
- ¿Sol? ¿Qué es eso de Sol? Oh, ya recuerdo. Hágalo subir, pero dígale que se apresure.
- Entra, Haridin - dijo un poco más tarde, con la voz más calmada, al aparecer el joven arturiano, algo más delgado y algo más envejecido que al partir hacía seis meses -. ¿Y bien, jovencito? ¿Escribió ese informe?
El arturiano estudió meticulosamente sus uñas.
- ¡No, señor!
- ¿Por qué no? - los verdes ojos de Porus entrecerrados se fijaron en el otro -. No me digas que has tenido problemas.
- Bastantes, jefe - las palabras salían con esfuerzo -. La misma comisión psicológica me ha enviado tras oír mi informe. Lo cierto es que el sistema de Sol ha... ha rehusado unirse a la Federación.
Tan Porus saltó de su silla como impelido por un resorte, aterrizando sobre sus pies por pura casualidad.
- ¿Qué?
Haridin asintió con la cabeza tristemente y carraspeo.
- ¡Por la Gran Nebulosa Oscura! - maldijo el rigeliano -. ¡Este es uno de esos días en los que más valdría no haberse levantado de la cama! ¡Primero me dicen que A es igual a A, y luego llegas tú para comunicarme que has metido la pata completamente en una reacción de Tipo A... Metido la pata hasta el cuello!
El joven psicólogo se indignó:
- Yo no metí la pata. Son los habitantes de Sol los que no son normales. Cuando aterrizamos fue todo un acontecimiento para ellos. Se desvivían literalmente por nosotros... nada era suficiente para agasajarnos. Les comuniqué la invitación ante su propio parlamento en su idioma: uno muy sencillo al que llaman Esperanto. Estoy seguro de que mi traducción fue efectiva en un noventa y cinco por ciento.
- Bien, ¿y que ocurrió?
- No puedo comprender el resto jefe. Primero hubo una reacción neutral, lo que ya me sorprendió; pero luego - se estremeció al recordar -, en siete días... en tan solo siete días, jefe, todo el planeta dio un cambio total. No había manera de comprender en absoluto su psicología. He traído ejemplares de sus periódicos de aquellos días, en los que se protesta contra la idea de una unión con «monstruos alienígenas» y en los que se rehúsan a ser «mandados por seres inhumanos procedentes de mundos situados a pársecs de distancia». Y yo le pregunto: ¿es que esto tiene algún sentido?
»Y esto es tan solo el principio. Aún se pusieron peor las cosas. Llegué hasta las reacciones de Tipo G para tratar de comprenderlos y no pude. Al final, tuvimos que irnos. Llegamos a estar en verdadero peligro físico por culpa de esos... de esos terrestres, como se denominan a sí mismos.
Tan Porus se mordió los labios.
- ¡Muy interesante! ¿Has traído tu informe?
- No. Lo tiene la comisión psicológica. Lo han estado estudiando minuciosamente durante todo el día.
- ¿Y qué es lo que dicen?
El joven arturiano se estremeció.
- No dicen nada abiertamente, pero dan la impresión de creer que el informe es inexacto.
- Bien, ya lo decidiré personalmente después de que lo haya leído. Mientras tanto, ven conmigo al Palacio del Parlamento. Por el camino me contestarás a unas cuantas preguntas.

Yoselin Arn de Alfa Centauro se frotó su prominente barbilla con su gran mano de seis dedos, y miró por debajo de sus pobladas cejas al semicírculo de muy diversos rostros que lo contemplaban. La comisión psicológica estaba compuesta por psicólogos de un puñado de mundos, y su mirada conjunta no era una cosa fácil de soportar.
- Se nos ha indicado - comenzó Frian Obel, director de la comisión y nativo de Vega, hogar de los hombres verdes -, que las secciones de este informe relativas a los asuntos militares de Sol son obra suya.
Yoselin Arn inclinó su cabeza en un silencioso asentimiento.
- ¿Y está usted dispuesto a confirmar lo que dice aquí, a pesar de su inherente improbabilidad? No es usted ningún psicólogo, ya lo sabe.
- ¡No! ¡Pero soy un soldado! - Las mandíbulas del centauriano denotaban su firmeza mientras su voz resonaba en la sala -. No sé nada de ecuaciones ni de gráficos, pero conozco las espacionaves. He visto las suyas y he visto las nuestras, y las de ellos son mejores. He visto su primer navío interestelar. Dénles cien años, y tendrán mejores hiperátomos de los que nosotros tenemos. He visto sus armas. Tienen casi todo lo que nosotros poseemos, y eso en un estadio de su historia anterior en milenios al nuestro. Lo que no tienen lo tendrán, y pronto. Lo que tienen, lo mejorarán.
»He visto sus fábricas de armas. Las nuestras son más avanzadas, pero las suyas son más eficientes. He visto sus soldados. Y preferiría luchar con ellos que contra ellos.
»Ya lo he dicho todo en mi informe, y lo digo de nuevo.
Tras sus bruscas palabras, Frian Obel esperó hasta que los murmullos de los hombres que le rodeaban terminasen.
- ¿Y el resto de su ciencia? ¿La medicina, la física, la química? ¿Qué hay de eso?
- No soy el mejor juez sobre esos asuntos. Tienen ahí el informe de los expertos. Y, hasta donde llegan mis conocimientos, estoy de acuerdo con ellos.
- ¿Así que esos habitantes de Sol son verdaderos humanoides?
- ¡Por los mundos de Centauro, si!
El viejo científico se irguió enojadamente en su silla y paseó rápidamente la mirada a un lado y a otro de la mesa de conferencias.
- Colegas - dijo -, adelantamos muy poco dándole vueltas a esta madeja de improbabilidades. Tenemos ante nosotros una raza de humanoides con unos adelantos tecnológicos superlativos, pero que al mismo tiempo poseen unas creencias, intrínsecamente acientíficas, referentes a fuerzas sobrenaturales, una predilección increíblemente infantil hacia el individualismo, personal y de grupo, y, lo peor de todo, una falta de visión necesaria para unirse a una cultura galáctica.
Miró furioso al centauriano que se hallaba apesadumbrado ante él.
- Si es que tenemos que creer el informe existe una tal raza, con lo cual se desploman varios axiomas fundamentales de la psicología. Pero, por mi parte, rehúso creer semejantes, para decirlo en forma vulgar, cuentos de espacionauta. Este es sin duda un caso de irresponsabilidad que debe ser investigado por las autoridades competentes. Espero que todos coincidirán conmigo en que tiremos a la papelera este informe y enviemos una segunda expedición, dirigida esta vez por un experto y no por un psicólogo novato o por un soldado...
La voz sin inflexiones del científico fue repentinamente ahogada por el estrépito de un puñetazo contra la mesa. Yoselin Arn, con su maciza figura temblando de ira, perdió el control y dio paso a su temperamento militar.
- ¡Por los terremotos de Templis, por los gusanos que se arrastran y los insectos que vuelan, por las charcas hediondas y los lugares pútridos, y por la misma muerte encapuchada, no permitiré esto! ¿Es que van a permanecer ahí sentados, sumergidos en sus teorías y en su enmohecida sabiduría, y van a negar lo que he visto con mis propios ojos? ¿Es que mis ojos - que echaban fuego mientras hablaba - van a negar lo que vieron por causa de una cuantas señales temblonas que sus momificadas manos tracen sobre un papel?
»Por mí se podrían echar al horno de Centauro a todos esos sabios de alcoba... empezando por los psicólogos. Malditos sean esos hombres que se encierran a si mismos en sus libros y en sus laboratorios, y permanecen ciegos a lo que ocurre en el verdadero mundo exterior. La psicología, ¿eh? Putrefacta, corrompida...
El toque de una mano en su cinturón le hizo darse la vuelta, con los ojos relumbrantes y los puños semicerrados. Por un momento miró sin ver nada; luego, al bajar su vista, se encontró mirando a los enigmáticos ojos verdes de un pigmeo, cuya penetrante mirada pareció enfriar su ira como con agua helada.
- Te conozco, Yoselin Arn - dijo Tan Porus lentamente, escogiendo con cuidado sus palabras -. Eres un hombre valiente y un buen soldado, pero veo que no te gustan los psicólogos. Lo cual no es correcto, porque es sobre la psicología donde se fundamenta el éxito de la Federación. Quítala, y nuestra Unión se derrumbará, nuestra gran Federación se esfumará, y el Sistema Galáctico se desmoronará - su voz bajó de tono hasta convertirse en un suave y líquido arrullo -. Has jurado defender el sistema contra todos sus enemigos, Yoselin Arn, y ahora te has convertido en el mayor de todos. Atacas a sus cimientos; desentierras sus raíces, lo envenenas en su misma fuente, estás deshonrado. Has caído en desgracia. Eres un traidor.
El soldado centauriano agitó la cabeza desesperado. Mientras Porus hablaba, un profundo y amargo remordimiento se apoderaba de él. El recuerdo de sus palabras pronunciadas momentos antes era una losa en su conciencia. Cuando terminó de hablar el psicólogo, Arn inclinó su cabeza y lloró. Las lágrimas rodaban por sus curtidas mejillas cubiertas de cicatrices guerreras, lágrimas desconocidas por él en los últimos cuarenta años.
Porus habló de nuevo, y esta vez su voz resonó como un trueno:
- ¡Acaba con tu gimoteo, cobarde! ¡El peligro está cercano! ¡A los puestos de combate!
Yoselin Arn se puso firme; la tristeza que lo había invadido hacía un momento desapareció como si nunca hubiese existido.
La sala se estremeció con las carcajadas, y el soldado se dio al fin cuenta de la situación. Había sido la forma escogida por Porus para castigarle. Con su absoluto conocimiento de los enrevesados vericuetos de la mente humanoide, tan sólo tenía que apretar el botón adecuado y...
El centauriano se mordió los labios avergonzado, pero no dijo nada.
Tan Porus, por su parte, no se rió. El gastar una broma al soldado era una cosa, el humillarle otra muy distinta. Se subió de un salto a una silla y apoyó amistosamente su pequeña mano en el masivo hombro del otro.
- No quería ofenderte, amigo... Tan sólo quería darte una pequeña lección. Lucha con los subhumanoides y con el ambiente hostil de cincuenta mundos, enfréntate con el espacio en una nave que es una vieja bañera llena de escapes, desafía a todos los peligros que quieras, pero nunca, nunca, ofendas a un psicólogo. Tal vez en otra ocasión podría enfadarse de verdad.
Arn echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, un tremendo rugido de alegría que hizo temblar la sala con sus tonos de terremoto.
- Tus consejos son bien recibidos, psicólogo. Que me quemen con un atomizador si no tienes razón - y salió de la sala, mientras sus espaldas aún se agitaban por la risa contenida.
Porus bajó de la silla y se dio la vuelta para enfrentarse con la comisión.
- Colegas - dijo. Nos hemos encontrado con una interesante raza de humanoides.
- Ah - dijo Obel secamente -. El gran Porus se cree obligado a salir en defensa de su pupilo. Parece que su digestión mejora, puesto que se siente capaz de tragarse el informe de Haridin.
Haridin, que se hallaba de pie en un rincón, con la cabeza gacha, enrojeció enojado pero no se movió.
Porus frunció el entrecejo, pero su voz mantuvo un tono tranquilo:
- En efecto. Y, si analizamos correctamente el informe, llegaremos a revolucionar la ciencia. Es un filón para la psicología, y el Homo Sol el hallazgo del milenio.
- Sé específico, Tan Porus - farfulló alguien -. Tus trucos están bien para un estúpido centauriano, pero a nosotros no nos impresionan.
El temible y pequeño rigeliano emitió un gorgoteo de ira. Agitó un pequeño puño en la dirección del que habla hablado.
- Seré más específico, mar Tubal, sabandija peluda del espacio - la prudencia y la ira libraban una visible batalla en su interior -. Hay más en un humanoide de lo que creéis... ciertamente mucho más de lo que vosotros, débiles mentales, podéis comprender. Y tan sólo para demostraros lo que no sabéis, grupo disecado de fósiles, os haré una demostración de psicotecnología que os va a dejar sin testículos. ¡Pánico, retrasados mentales, pánico! ¡Un pánico a escala mundial!
Siguió un terrible silencio.
- ¿Dijiste pánico a escala mundial? - tartamudeó Frian Obel, mientras su piel verdosa cambiaba a gris -. ¿Pánico?
- Si, loro. Dadme seis meses y cincuenta ayudantes, y os demostraré lo que es un mundo de humanoides en pánico.
Obel trató vanamente de responder. Su boca hizo un heroico esfuerzo por permanecer cerrada, pero no lo logró. Como guiados por una señal, la totalidad de los miembros de la comisión abandonaron su dignidad y se hundieron en un espasmo de risas.
- Me acuerdo - se atragantó mar Tubal de Sirio, con su redondo rostro bañado en lágrimas de pura alegría - de un estudiante que tuve una vez, que afirmaba haber descubierto un estímulo que produciría un pánico a escala mundial. Cuando comprobé sus cálculos me encontré con un exponente con la coma decimal fuera de lugar. Tan solo se había equivocado en diez órdenes de magnitud. ¿En cuantos lugares has equivocado la coma, colega Porus?
- ¿Y qué hay de la ley de Kraut, Porus, que dice que no se puede crear pánico entre más de cincuenta humanoides en cada intento? ¿Debemos pasar una resolución anulándola? Y ya que estamos en ello, ¿no deberíamos hacerlo también para la teoría atómica? - dijo malévolamente Semper Gor de Capella.
Porus se subió a la mesa y arrancó de las manos de Obel el mazo usado para llamar al orden.
- El próximo que se ría recibirá esto en medio de su hueca cabeza - dijo. Se produjo un repentino silencio -. Me voy a llevar a cincuenta ayudantes - aulló el rigeliano de ojos verdes -, y Yoselin Arn me llevará a Sol. Quiero que cinco de vosotros vengan conmigo: mar Tubal, Semper Gor y otros tres cualesquiera, con el fin de poder contemplar sus estúpidos rostros cuando haya obtenido lo que he prometido - blandió el mazo amenazadoramente -. ¿Y bien?
Frian Obel contempló plácidamente el techo.
- De acuerdo, Porus. Tubal, Gor, Helvin, Prat y Winson pueden ir contigo. Al final del plazo especificado, contemplaremos un pánico a escala mundial, lo que sería muy placentero, o veremos cómo te comes tus palabras, lo cual sería aún mucho más agradable.
Y, con esto, dio muestras de una gran alegría interior.

Tan Porus miró pensativamente a través de la ventana. Terrápolis, la capital de la Tierra, se extendía a sus pies hasta más allá del horizonte. Su apagado rugido le llegaba aún en la altura de casi un kilómetro en la que se hallaba.
Algo ocurría en aquella ciudad, algo invisible e intangible pero no por ello menos real. Su presencia era más que evidente para el pequeño psicólogo. La opresiva capa de terror abisal que se extendía sobre la metrópolis era su propia obra... una horrible capa de oscura incertidumbre, que apretaba con fríos dedos los corazones de la Humanidad y la llevaba al borde, al mismo borde del pánico.
El rugido de la ciudad estaba formado por voces, y las voces hablaban de terror.
El rigeliano se dio la vuelta disgustado.
- ¡Oye, Haridin! - rugió.
El joven arturiano se apartó del televisor.
- ¿Me llama, jefe?
- ¿Qué te crees que estoy haciendo, hablando conmigo mismo? ¿Cuáles son las últimas noticias de Asia?
- Nada nuevo. Los estímulos no son bastante fuertes. Los hombres amarillos parecen ser más impasibles que los blancos de América y Europa. No obstante, he enviado órdenes de no intensificar los estímulos.
- No, no deben hacerlo - confirmó Porus -. No podemos arriesgarnos a un pánico activo - rumió en silencio -. Escucha, casi lo hemos conseguido. Diles que actúen en algunas de las grandes ciudades, son más susceptibles, y acaben.
Volvió de nuevo a la ventana.
- ¡Espacios, qué mundo... qué mundo! Se ha iniciado una rama de la psicología completamente nueva, una en la que nunca soñamos. La psicología de las masas, Handin, la psicología de las masas - agitó su cabeza impresionado.
- No obstante, hay gentes que sufren, jefe - murmuró el joven -. Este pánico pasivo ha paralizado completamente las transacciones y el comercio. La vida económica de todo el planeta está estancada. El pobre gobierno está inerme... no saben qué es lo que anda mal.
- Lo sabrán cuando llegue el momento oportuno. En lo que se refiere al sufrimiento... bueno, a mí tampoco me gusta, pero es el medio para llegar a un fin, un maldito fin extremadamente importante.
Siguió un corto silencio, y luego los labios de Porus formando una sardónica sonrisa.
- Esos cinco estúpidos volvieron ayer de Europa, ¿no es así?
Haridin sonrió a su vez y asintió vigorosamente con la cabeza.
- ¡Y con el rabo entre las piernas! Sus predicciones se han confirmado hasta la quinta cifra decimal. Están frenéticos.
- ¡Bien! Lo único que siento es que no puedo ver la cara de Obel en este momento, después del último mensaje que le envié. Y por cierto - su voz bajó de tono -, ¿qué hay acerca de ellos?
Haridin levantó dos dedos.
- Dos semanas más y estarán aquí.
- Dos semanas... dos semanas - gorgoteó jubiloso Porus. Se levantó y se dirigió hacia la puerta -. Creo que iré a buscar a mis queridos, queridos colegas, para pasármelo en grande.

Los cinco científicos de la comisión levantaron sus cabezas de las notas que estaban examinando, y permanecieron en un embarazoso silencio cuando entró Porus.
- ¿Son satisfactorias las notas, caballeros? - preguntó Porus con una sonrisa irónica -. Sin duda habrán hallado cincuenta o sesenta hipótesis falsas en mis postulados fundamentales, ¿no es así?
Hybron Prat de Alfa Cefeo se mesó la pelusa gris a la que llamaba cabello.
- No me fío de los malditos trucos que esta loca notación matemática tuya nos juega.
El rigeliano emitió un corto ladrido de alegría.
- Entonces, inventa una mejor. Hasta ahora ha ido bien para manipular las reacciones, ¿no es así?
Se oyó un nada musical coro de carraspeos, pero no hubo ninguna respuesta definida.
- ¿No es así? - atronó Porus.
- Bueno, ¿y qué? - replicó desesperado Kim Winson - ¿Dónde está tu pánico? Todo eso está muy bien, y estos humanoides son una anormalidad cósmica, pero ¿dónde está el gran espectáculo que ibas a ofrecernos? Hasta que no rompas la Ley de Kraut, toda esta exhibición tuya no vale un micrometeorito.
- Habéis perdido, caballeros, habéis perdido - graznó el pequeño psicólogo. He probado mi punto de vista... este pánico pasivo es tan imposible, de acuerdo con la psicología clásica, como su forma activa. Estáis tratando de negar los hechos para no sentiros humillados, queriéndoos basar en un tecnicismo. Iros a casa; iros a casa, caballeros, y escondeos bajo vuestras camas.
Los psicólogos tan sólo son humanos. Pueden analizar los motivos de sus acciones pero son tan esclavos de ellos como el más común de los mortales. Aquellos psicólogos de fama galáctica se sentían heridos en su orgullo, y su vanidad despedazada, por lo que a partir de aquel momento la reacción mecánica que se produjo en ellos fue la de una ciega tozudez. Sabían que era así, y sabían que Porus lo sabía... lo cual aún lo hacía más desagradable. Mar Tubal miró iracundo con sus ojos enrojecidos.
- Pánico activo o nada, Tan Porus. Esto es lo que nos prometiste, y esto es lo que queremos. Queremos pruebas concluyentes o, por el espacio y el tiempo, nos refugiaremos en cualquier tecnicismo. ¡Pánico activo, o informaremos de que has fracasado!
Porus enrojeció de ira y, con un tremendo esfuerzo, habló en voz normal:
- Sed razonables, caballeros. No tenemos el equipo con el que manejar un pánico activo. Nunca nos hemos enfrentado con algo semejante a lo que hay aquí en la Tierra. - Agitó violentamente la cabeza -. ¿Qué ocurrirá si perdemos el control?
- Entonces aíslalo - gruñó Semper Gor -. Inícialo y detenlo. Haz todos los preparativos que quieras, ¡pero hazlo!
- Si es que puedes - añadió Hybron Prat.
Pero Tan Porus tenía su punto débil. Su frágil control de sí mismo yacía hecho astillas a su alrededor. Su ágil lengua envenenó la atmósfera e inundó a los decaídos psicólogos con oleada tras oleada de obscenidad concentrada.
- ¡Como queráis, cabezas huecas! ¡Será como queréis, y luego podéis ir a asfixiaros en el espacio exterior! - estaba sin aliento por el apasionamiento -. Lo haremos estallar, aquí mismo, en Terrápolis, tan pronto como el resto del personal haya regresado. ¡Pero vale más que no os veáis en medio de ello!
Y, con un último bufido de despedida, salió de la habitación.

Tan Porus apartó las cortinas de un tirón y los cinco psicólogos situados frente a él evitaron su mirada. Las calles de la capital de la Tierra estaban desiertas de población civil. El rítmico paso de las patrullas militares por las arterias de la ciudad sonaban como un canto fúnebre. El cielo invernal se cernía sobre una escena de desparramadas ruinas, cadáveres yacentes... y silencio; el silencio que sigue a una orgía de salvaje destrucción.
- Aquí la cosa estuvo pendiente de un hilo durante varias horas, colegas - la voz de Porus sonaba cansada -. Si hubiera pasado de los límites de la ciudad, nunca hubiéramos podido detenerla.
- ¡Horrible, horrible! - murmuró Hybron Prat -. Fue un acontecimiento que cualquier psicólogo hubiera dado su brazo derecho por ver... y toda su vida por olvidar.
- ¡Y estos son humanoides! - gimió Kim Winson.
Semper Gor se alzó en una repentina decisión.
- ¿Te das cuenta del significado de esto, Porus? Esos terrestres son verdadera atomita incontrolable. No pueden ser manejados. Aunque fueran dos veces más geniales de lo que son en cuestiones mecánicas, no serían de ninguna utilidad. Con su psicología de multitud, con sus pánicos de masa, con su superemocionalismo, simplemente no tienen cabida en el concierto de las razas humanoides.
Porus alzó una ceja.
- ¡Estupideces! Individualmente, somos tan emocionales como ellos. La única diferencia es que ellos lo son en masa y nosotros no.
- ¿Es suficiente! - exclamó Tubal -. Hemos tomado una decisión, Porus. La tomamos anoche, en el momento álgido de... de... eso. El sistema Sol tiene que ser abandonado a su suerte. Es un lugar contaminado, y no queremos saber nada de él. En lo que a la galaxia respecta, el Homo Sol será colocado en estricta cuarentena. ¡Esta es nuestra última palabra!
El rigeliano rió suavemente.
- Para la galaxia puede ser la última palabra, pero ¿y para el Homo Sol?
Tubal se alzó de hombros.
- No nos importa.
Porus se rió de nuevo.
- Dime, Tubal. Entre nosotros dos: ¿has tratado una integración en el tiempo de la Ecuación 128 seguida por una expansión con los tensores Karoleanos?
- No-o. No puedo decir que lo haya hecho.
- Bien; entonces mira con atención estas ecuaciones y diviértete.
Los cinco científicos de la comisión se agruparon alrededor de las hojas de papel que Porus les entregó. Las expresiones cambiaron de interés a asombro, y luego a algo que se aproximaba al terror.
Naru Helvin rasgó las hojas con un movimiento espasmódico.
- ¡Es una mentira! - chirrió. 
- ¡Les llevamos un millar de años de ventaja, y para entonces habremos avanzado otros doscientos! - gritó Tubal -. No podrán hacer nada contra los pueblos de la Galaxia.
Tan Porus rió con un sonido monótono, lo cual es muy difícil de hacer, y aún más difícil de soportar.
- Todavía no creéis en las matemáticas. Naturalmente, esto está en vuestro sistema de conducta. De acuerdo, veamos si los expertos logran convenceros... como debería ser, a menos que el contacto con esos Humanoides anormales os haya deformado. ¡Yoselin... Yoselin, ven aquí!
El comandante centauriano entró, saludó automáticamente y miró expectante.
- ¿Puede una de tus naves derrotar a una de las de Sol en combate, si fuera necesario?
Arn hizo una mueca.
- Ni soñarlo, señor. Esos Humanoides rompen la Ley de Kraut cuando se hallan bajo los efectos del pánico... y también cuando luchan. Tenemos un cuerpo de especialistas manejando nuestras naves; esta gente tienen una tripulación que funciona como una unidad, sin individualidad. Presentan una forma de lucha... el pánico, creo que esa es la mejor palabra. Cada individuo en una nave se convierte en un órgano de la misma. Entre nosotros, como ya saben, esto es imposible.
»Además, este mundo es una masa de genios locos. Por lo que he podido comprobar, han tomado no menos de veintidós artefactos, interesantes pero inútiles, que vieron en el Museo de Thalsoon cuando nos visitaron, les han dado la vuelta, y han producido algunos de los más desagradables artilugios militares que haya visto jamás. ¿Conocen el detector de líneas gravitacionales de Julmun Thill? ¿Ese que se utilizaba con poco éxito para hallar depósitos de minerales antes de que descubriéramos el método moderno de potenciales eléctricos? En alguna forma, lo han convertido en uno de los más mortíferos directores de tiro que he tenido el dudoso placer de ver. Puede dirigir automáticamente un cañón o un proyector contra un objetivo completamente invisible en el espacio, en el aire, en el agua o, de desearlo, bajo tierra.
- Nosotros - dijo Tan Porus jovialmente - tenemos unas flotas muy superiores a las que ellos poseen. ¿Acaso no podríamos aniquilarlos?
Yoselin Arn agitó la cabeza.
- Derrotarlos ahora... es probable, pero no obstante no sería ninguna victoria aniquiladora, y además no apostaría demasiado a nuestro favor. Lo que si es seguro es que no haría nada por provocarles. Hablando en términos militares, lo malo es que esta colección de maníacos de los artefactos inventan cosas con una frecuencia horrible. Tecnológicamente, son tan inestables como una duna de arena. He visto a sus fábricas de vehículos terrestres instalar una línea completa de máquinas herramienta para la producción de un nuevo modelo de automóvil... ¡y retirarla al cabo de seis meses por ser totalmente obsoleta!
»Y ahora hemos entrado en contacto con su civilización. Hemos aprendido los métodos de una nueva civilización para añadir a nuestras previas doscientas ochenta y ocho... lo cual es un pequeño avance porcentual. ¡Pero ellos han añadido una nueva civilización a la suya previa... lo cual les representa un avance del cien por ciento!
- ¿Qué pasaría - preguntó suavemente Tan Porus - con nuestra posición militar si, simplemente, los ignorásemos completamente durante doscientos años?
Yoselin Arn soltó una risotada explosiva.
- Si pudiéramos... lo que quiere decir si nos dejasen. Contestaré a eso ahora y con seguridad. En este mismo momento ya representan lo máximo con lo que me atrevería a enfrentarme. Doscientos años para explorar los nuevos caminos sugeridos por su breve contacto con nosotros, y estarán haciendo cosas que no me puedo imaginar. Esperen doscientos años y no habrá batalla: será una simple anexión.
Tan Porus hizo una inclinación formal.
- Gracias, Yoselin Arn. Esto es lo que resultaba de mis cálculos matemáticos. 
Yoselin Arn saludó y salió de la habitación. Volviéndose a los cinco totalmente paralizados científicos, Porus prosiguió: 
- Espero que estos sabios caballeros todavía reaccionen en forma vagamente Humanoide. ¿Estáis ya convencidos de que no podemos discernir el terminar todo contacto con esta raza? Podríamos hacerlo... ¡pero ellos no nos dejarían! ¡Tontos! - escupió la palabra - ¿Creéis que voy a perder el tiempo discutiendo con vosotros? ¿O no comprendéis que os estoy dando órdenes? El Homo Sol debe entrar en la Federación. Van a ser llevados a la madurez en doscientos años. Y no os estoy pidiendo vuestro consentimiento; ¡os lo mando! - el rigeliano los contempló truculentamente.
» ¡Venid conmigo! - aulló bruscamente.
Lo siguieron completamente sumisos y entraron en la alcoba de Tan Porus. El pequeño psicólogo apartó una cortina para mostrar una pintura realizada a tamaño natural.
- ¿Os dice algo esto?
Era el retrato de un terrestre, pero de un terrestre tal cual ninguno de los psicólogos había visto todavía. Digno y mayestático, con una mano acariciando una bien poblada barba y la otra semiescondida entre las flotantes vestiduras que lo ataviaban. Parecía la majestuosidad personificada.
- Ese es Zeus - dijo Porus -. Los primitivos terrestres lo crearon como personificación del rayo y de la tormenta. - Dio la vuelta para enfrentarse con los cinco asombrados personajes -. ¿No os recuerda a nadie?
- ¿Homo Canopus? - aventuró, incierto, Helvin.
Por un instante, el rostro de Porus se relajó en una satisfacción momentánea. Luego se endureció de nuevo..
- Claro - dijo cortante -. ¿Por qué dudas? Este es Canopus hasta el mínimo detalle, incluso la misma barba rubia.
Luego continuó: 
- Aquí hay algo más - apartó otra cortina. Esta vez el retrato era de una mujer. Tenía unos senos generosos y anchas caderas. Una sonrisa inefable agraciaba su rostro y sus manos parecían acariciar unas espigas de trigo que crecían abundantes a sus pies. - ¡Demeter! - dijo Porus -. La personificación de la fertilidad de la tierra. La madre idealizada. ¿A quién os recuerda ésta?
Esta vez no hubo dudas. Cinco voces dijeron al unísono:
- ¡Homo Betelgeuse!
Tan Porus sonrió satisfecho.
- Si, señores. ¿Y bien?
- ¿Y bien? - preguntó Tubal.
- ¿No veis? - la sonrisa desapareció -. ¡Está claro, idiotas! Si un centenar de Zeus y otro de Demeter aterrizasen en la Tierra formando parte de una «misión comercial», y resultase que eran psicólogos entrenados... ¿lo veis ahora?
Semper Gor comenzó a reírse de repente.
- ¡Espacio, tiempo y meteoritos! ¡Claro! Los terrestres serían fáciles de manejar para sus propias personificaciones de la tormenta y de la maternidad hechas realidad. En doscientos anos... ¡en doscientos años podríamos hacerlo todo!
- Pero esta misión comercial como tú la llamas, Porus - se interpuso Prat -, ¿como conseguirías que el Homo Sol la aceptase?
Porus le miró de reojo.
- Querido colega Prat - murmuró -, ¿supones que creé el pánico pasivo tan sólo para enseñárselo... o tan sólo para complacer a cinco cabezas de chorlito? Este pánico pasivo paralizó la industria, y el Gobierno terrestre se enfrenta con una revolución... otra forma de acción de masas que deberemos investigar. Ofrecedles el comercio galáctico y una prosperidad eterna, ¿y os creéis que no se precipitarán a aceptar?
El rigeliano cortó en seco los murmullos excitados que siguieron con un gesto impaciente.
- Si no tenéis nada más que preguntar, caballeros, comencemos los preparativos de partida. Francamente, estoy cansado de la Tierra y, además, estoy ansioso por volver a mi calamar.
Abrió la puerta y gritó hacia el corredor:
- ¡Hey, Haridin! Dile a Arn que tenga la nave preparada para partir dentro de seis horas. Nos vamos.
- Pero... pero... - el coro de asombradas objeciones cristalizó en una repentina acción cuando Semper Gor se abalanzó sobre Porus y lo retuvo en el momento en que estaba a punto de irse. El pequeño rigeliano se debatió vanamente en el poderoso abrazo del otro.
- ¡Déjame ir! - aulló.
- Ya te hemos aguantado bastante, Porus - dijo Gor -. Así que ahora cálmate y pórtate como un Humanoide. Digas lo que digas, no nos vamos a ir hasta que hayamos acabado. Tenemos que arreglar las cosas con el Gobierno terrestre acerca de esa misión comercial. Tenemos que conseguir la aprobación de la comisión. Tenemos que escoger a los psicólogos. Tenemos que...
Entonces Porus, con un tirón repentino, se soltó.
- ¿Es que por un momento has podido suponer que iba a esperar a que vuestra preciosa comisión empezase a iniciar el comenzar a considerar el hacer algo acerca de la situación dentro de dos o tres décadas?
»La Tierra aceptó incondicionalmente mis propuestas hace un mes. El grupo de Canopus y Betelgeuse partió hace cinco meses y aterrizó anteayer. Fue gracias a su ayuda como logramos detener el pánico de ayer... aunque vosotros ni lo sospechasteis. Probablemente creísteis hacerlo vosotros mismos. Hoy, caballeros, tienen la situación bajo su completo control, y vuestros servicios ya no son necesarios. Así que, ahora, ¿nos vamos a casa?

FIN