CONDICIONES PREVIAS Y PRECURSORES
“La invasión napoleónica de 1808 fue más el pretexto que la causa de la independencia. Los pobladores de la América Española habían empezado ya a enorgullecerse de sus respectivos países, a adquirir conciencia de sus propios intereses e identidad, y la convicción de que eran americanos y no españoles. El nuevo americanismo ejerció sobre sus mentes una influencia más poderosa que la de la Ilustración. Inspiró en sus discípulos no tanto una filosofía de la liberación como una actitud independiente hacia las instituciones y valores recibidos, una preferencia por la razón sobre la autoridad, por la experimentación sobre la tradición, ideas que eran agentes de reforma y no de destrucción y que no entraban necesariamente en conflicto con la lealtad monárquica. No obstante, un determinado número de americanos aspiraba a algo más que una simple reforma.
Francisco de Miranda (1750-1816), que había leído las obras de los filósofos franceses durante su servicio militar en España, transformó la ideología en revolución. Lo mismo hizo Simón Bolívar (1783-1830), cuya educación liberal, amplias lecturas y grandes viajes por toda Europa le abrieron la mente a nuevos horizontes, en especial al pensamiento francés y a la práctica política inglesa. Hombres como estos fueron los auténticos precursores de la independencia, aunque de hecho representasen sólo una pequeña minoría y fuesen probablemente por delante de la opinión pública.
La mayoría de los movimientos independentistas comenzó como la revuelta de una minoría contra otra todavía menor, una revuelta de criollos (españoles nacidos en América) contra peninsulares (españoles nacidos en España). Hacia 1800, de una población total de 16.9 millones en la América Española, 3.2 millones eran blancos, de los cuales sólo unos 30.000 eran peninsulares. Pero estas distinciones no tenían nada de nítido y tajante. La función de las elites coloniales como empresarios económicos que invertían en la agricultura, la minería y el comercio tendía a unir entre si a los grupos peninsulares y criollos en una única clase dominante blanca, que prefería integrarse en la burocracia imperial mediante matrimonios y uniones de intereses que enfrentarse a ella.
En México, los criollos se sintieron frustrados al descubrir que había un cierto límite a su influencia, pero eso no les convirtió necesariamente en partidarios de la independencia.
En Perú, a pesar de todos sus agravios, la élite criolla tardó mucho en convencerse de que la independencia favorecería sus intereses.
En toda la América Española las guerras de independencia fueron en realidad guerra civiles entre los partidarios y adversarios de España, encontrándose criollos en ambos bandos. Sin embargo, la rivalidad entre criollos y peninsulares desempeñó un claro papel en las tensiones sociales de la época.
La aristocracia criolla estaba compuesta por un poderoso grupo de terratenientes, burócratas y concejales, que aprovecharon la expansión del comercio entre España y América durante la segunda mitad del siglo XVIII para incrementar sus exportaciones. Pero el crecimiento económico les favorecía y perjudicaba a la vez. Los comerciantes monopolistas españoles reforzaron su dominio sobre el comercio de importación-exportación; al mismo tiempo, un número cada vez mayor de inmigrantes españoles se trasladó a América y empezó a monopolizar el otro extremo de la actividad económica.
No cabe la menor duda de que el antagonismo entre terratenientes y comerciantes puede definirse como un antagonismo entre productores e intermediarios, y no necesariamente entre criollos y peninsulares. Pero no se puede negar que los comerciantes seguían dependiendo de España para mantener su monopolio. La guerra de España contra Gran Bretaña, iniciada en 1796 y que provocó bloqueos y escaseces, permitió a los comerciantes españoles exprimir todavía más a los productores criollos, pagándoles precios mínimos por sus exportaciones y exigiéndolos muy altos por las importaciones. Se opusieron ferozmente a cualquier quebrantamiento de su monopolio sobre el comercio colonial, tal como el comercio con países neutrales, y presionaron a España para que lo impidiese, ‘como si –se quejaron los productores venezolanos en 1798- nuestras leyes comerciales hubiesen sido dictadas únicamente en beneficio de la metrópoli’. En Buenos Aires, la propia comunidad de comerciantes se dividió entre peninsulares y criollos, ofreciendo estos últimos unos mejores precios a los agricultores y ganaderos locales, y exigiendo libertad de comercio con todos los países, movimiento que finalizó en 1809 con la apertura de Buenos Aires al comercio británico.
La nueva oleada de peninsulares, a partir de 1760, puso en peligro no solo las reservas políticas de los criollos, sino también su posición económica. La política de los últimos Borbones consistió en aumentar el poder de la Corona y en aplicar un mayor control imperial a América. Esto significaba invertir la tendencia que se había dado en la etapa anterior, reducir el número de criollos en los cargos públicos y devolver a los peninsulares la supremacía de los campos de la judicatura, la burocracia, la iglesia, y el ejército.
En este sentido, durante las últimas décadas del Imperio se produjo una ‘reacción’ española y los criollos tuvieron que luchar por desempeñar cargos públicos, no solo como forma de ganarse la vida, sino también de controlar la política y de defender su posición tadicional.
Pero, si por un lado los criollos tenían que vigilar a sus señores, también tenían que vigilar a sus criados y sirvientes. Eran intensamente conscientes de las presiones sociales desde abajo, e intentaron mantener a raya a la gente de color. La división racial se veía complicada por intereses sociales, económicos y culturales, y la supremacía blanca no fue en ningún momento indiscutible; a las puertas de la ciudadela blanca pululaban verdaderos enjambres de indios, mestizos, negros libres y esclavos. En determinadas partes de la América Española la revuelta de los esclavos constituía una perspectiva tan pavorosa que los criollos se negaban a abandonar la protección del gobierno imperial o a desertar de las filas de los blancos dominantes, siendo ésta una de las razones por las que Cuba no abrazó en su momento la causa de la independencia. El aumento demográficos de las llamadas ‘castas’ o razas mixtas durante el siglo XVIII, junto con una movilidad social cada vez mayor, alarmó a los blancos y engendró en ellos una nueva conciencia racial y la decisión de mantener a toda costa la discriminación. Este fenómeno resultó claramente visible en el Río de la Plata, Nueva Granada y Venezuela.
En otras partes de la América española la tensión racial adoptó la forma de una confrontación directa entre la elite blanca y las masas indias. Tras la gran rebelión de Tupac Amaru, los criollos del altiplano peruano se dieron cuenta de hasta qué punto desconfiaba de ellos, arrebatándoles su papel como fuerzas de seguridad y desmovilizando sus milicias. También en México la situación social era explosiva, y los blancos fueron en todo momento conscientes de la creciente indignación de indios y mestizos. La ira acumulada de las masas mexicanas explotó en 1810 en forma de una violenta revolución social que demostró a los criollos lo que siempre habían sospechado: que, en último extremo, ellos eran los guardianes del orden social y la herencia colonial.
Cuando la monarquía española se derrumbó en 1808, los criollos se dieron cuenta de que no podían permitir la existencia de ese vacío político; que sus vidas y propiedades quedaran sin protección. Tenían que hacer rápidamente algo para anticiparse a la rebelión popular, convencidos de que si no aprovechaban la oportunidad lo harían otras fuerzas mucho más peligrosas. Los criollos no empezaron abrazando necesariamente la causa de una independencia absoluta. La mayoría de los miembros de la elite criolla no quería nada más que una mayor autonomía dentro del sistema imperial español. Estaban dispuestos a negociar con España, pero la metrópoli prestó oídos sordos a sus requerimientos, y la elite criolla descubrió muy pronto que los liberales españoles eran igual de imperialistas que los absolutistas.
Los habitantes del Río de la Plata aprendieron la lección desde el primer momento; en Chile se vio reforzada por la experiencia de una dura contrarrevolución. Y allí donde ganaba la contrarrevolución, como ocurrió no sólo en Chile sino también en Venezuela y Nueva Granada, las propiedades de los disidentes criollos se veían amenazadas y toda la economía saqueada por el esfuerzo bélico de los monárquicos. Así pues, los criollos moderados se vieron obligados a unirse a los criollos revolucionarios, porque España no supo ofrecer ninguna alternativa al imperialismo y éste había demostrado ser demasiado costoso.” (1)
(1): Texto tomado de ENCICLOPEDIA DE LATINOAMERICA, Universidad de Cambridge, II, Historia, Debate, Barcelona, 1987, pags.65, 68 y 69
CONSIGNAS:
1- ¿Por qué se afirma en el texto que “la invasión napoleónica de 1808 fue mas el pretexto que la causa de la independencia”?
2- A-¿Qué papel se les asigna a Miranda y Bolívar?; b-PARA INVESTIGAR: Buscá breves biografías de ambos personajes.
3- Describí el perfil social y los conflictos que separaban a criollos y peninsulares a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX.
4- Explicá con tus propias palabras la frase: “Pero, si los criollos tenían que vigilar a sus señores, también tenían que vigilar a sus criados y sirvientes”
5- Explicá con tus propias palabras los últimos dos párrafos del texto.
6- A partir de todo lo anterior, hacé una lista de 6 o 7 conclusiones que pueden sacarse del texto (cada una de esas ideas no puede tener más de dos renglones).
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